miércoles, 22 de diciembre de 2010

Este pez tiene mercurio (y usted)



REPORTAJE

La contaminación del pescado cuestiona la recomendación de consumo regular -Compuestos cotidianos afectan al desarrollo cognitivo o al sistema reproductor

MÓNICA G. SALOMONE 19/12/2010


Puesto de pescadería
Ampliar

Los científicos confirman un descenso de contaminantes como el plomo en el ambiente. Preocupan más el pescado y el marisco porque las concentraciones de compuestos no bajan.- JOAN SÁNCHEZ


"De todos los animales, el que tiene ahora más contaminantes en el cuerpo eres tú", dice Nicolás Olea, de la Universidad de Granada, uno de los pioneros en España en investigar presencia de contaminantes en el organismo. La afirmación suena efectista, pero el mensaje está claro: durante nuestra larga vida los humanos acumulamos compuestos químicos persistentes que aderezan nuestra dieta, contaminantes que nuestra propia actividad industrial ha generado. Y ahí se quedan, en un organismo que no los sabe eliminar. Es más, han entrado en la especie humana para quedarse. Las madres los transmiten a través de la placenta y de la leche materna, así que los bebés los incorporan de serie. ¿Qué efecto tienen? Hay cada vez más evidencias de que muchos inciden desde en el desarrollo cognitivo hasta en la fertilidad, incluso a dosis bajas.

Hace ya tiempo que se conoce la toxicidad de muchos de estos compuestos, y por ejemplo en el caso de las dioxinas, los bifeniles policlorados (PCB) o los metales pesados, su uso industrial o su liberación al medio se han regulado. Pero no por ello han desaparecido del entorno. Están en la cadena alimentaria, atrincherados sobre todo en los tejidos grasos; cuanto más viejos sean los animales que comemos, y más grasos, más contaminados. Los peces predadores, como el tiburón o el emperador, pueden llevar más de diez años almacenando metilmercurio, la forma más tóxica del mercurio, antes de llegar al plato.

Además hay compuestos más modernos y de uso muy común en la vida cotidiana, como los ftalatos -usados en plásticos blandos, por ejemplo para juguetes infantiles-, los compuestos bromados -en tejidos y ordenadores, para evitar incendios- o el bisfenol A, cuyos efectos sobre la salud preocupan.

Organizaciones ecologistas y expertos llevan tiempo dando la voz de alarma, con algunos resultados. La Comisión Europea anunció hace una semana que a partir de 2011 se prohíbe el bisfenol A en biberones, decisión que Estados Unidos tomó ya hace un año. John Dalli, comisario europeo de salud, declaraba que "nuevos estudios demostraban que el bisfenol A podría afectar al desarrollo, la respuesta inmune y la generación de tumores". En contacto con líquidos calientes este compuesto se separa del plástico, en especial si los biberones no son nuevos. Para Olea la prohibición "es una fantástica noticia, pero ¿por qué han tardado tanto? Sabemos cómo actúa este compuesto desde 1936".

¿Cuántos contaminantes exactamente nos comemos? José Luis Domingo, del Laboratorio de Toxicología y Salud Medioambiental de la Universidad Rovira i Virgili, y Joan María Llobet, de la Universidad de Barcelona, llevan desde el año 2000 analizando los alimentos de la cesta de la compra promedio en Cataluña. Su tercer informe está casi a punto. Toman las muestras escogiendo como lo haría un consumidor medio, y miden ocho contaminantes más metales pesados. Luego cruzan los datos con los de consumo de los catalanes y obtienen la ingesta de un consumidor medio.

Hay algunas buenas noticias: "Se nota el descenso de algunos contaminantes en el ambiente, como el plomo, que ya no se usa en las gasolinas, o las dioxinas y los PCB", señala Domingo. Llobet recuerda que "lo que emitimos al ambiente vuelve a nosotros; si el ambiente está más limpio, los alimentos también".

El punto negro está sobre todo en el pescado y el marisco, alimentos en que las concentraciones no bajan. De hecho, si bien la ingesta media de todos los compuestos está por debajo de los niveles de seguridad establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el estudio de 2007, que publica la Agencia Catalana de Seguridad Alimentaria (ACSA), revela que los niños y niñas superan por poco este nivel, y las mujeres prácticamente lo alcanzan. Se remite en el texto a las recomendaciones de la UE: los niños pequeños, las mujeres embarazadas o que deseen concebir y las que estén amamantando no deberían comer más de 100 gramos semanales de pez espada o tiburón, dosis que excluyen más pescado esa semana. El atún, no más de dos veces por semana. Europa no es la única en emitir estas recomendaciones; Estados Unidos y Canadá dan consejos similares desde hace años.

Los datos de los estudios de la ACSA casan bien con que la mayor parte de las alertas emitidas por la Agencia Española de Seguridad Alimentaria en 2009 fueron por niveles altos de mercurio en el pescado. Tiene su lógica. Una vez en el medio, el mercurio no desaparece. Y a las fuentes naturales de mercurio, como las erupciones volcánicas, hay que añadir la actividad del hombre, que lleva 3.500 años usando este metal. Se estima que seguimos liberando al medio cada año 50.000 toneladas de mercurio.

"Nunca nos quitaremos el mercurio de la cadena trófica", dice Bernardo Herradón, químico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). "Se ha usado mucho, y aunque ahora está muy restringido sigue estando en algunos tipos de pilas y en tubos fluorescentes, por ejemplo". El mercurio está en el suelo y también pasa a la atmósfera; la lluvia lo lleva a los ríos y de ahí al mar, donde los microorganismos lo convierten en metilmercurio, que es la forma que nos comemos con el pescado. Los microorganismos están en la base de la cadena alimentaria marina, y los grandes peces predadores, y nosotros mismos, estamos en la cúspide.

Pero, además de la dieta, los investigadores están descubriendo -"sorprendidos", dice Olea-, otra fuente de contaminantes químicos para el organismo: la cosmética. "El efecto de los componentes de cremas y champús es ahora un área de investigación en auge. Tenemos cada vez más evidencias de que compuestos de uso muy común en cosmética, como los parabenes, interfieren con la acción de las hormonas. Se absorben fácilmente por la piel pero su eliminación es muy difícil", explica Olea.

También los filtros UV, usados en cremas antisolares y recomendados por los dermatólogos para prevenir el cáncer de piel, empiezan a ser sospechosos. De confirmarse su acción tóxica la comunidad biomédica se encontraría ante un dilema riesgo-beneficio.

Sin embargo, los investigadores advierten de que no será nada fácil establecer fuera de toda duda el vínculo entre exposición a contaminantes en la vida cotidiana y enfermedades. En primer lugar porque los efectos, de haberlos, tardan décadas en manifestarse. Y también porque lo importante, advierten los investigadores, es el 'cóctel' de productos químicos, esto es, su acción conjunta. Los compuestos son muchos, y su posible interacción, un misterio.

"No sabemos qué pasará, pero los datos están ahí", dice Olea. "La exposición es real. Los tóxicos están en la sangre y en la placenta, se excretan en la leche materna. Las madres los pasan a sus hijos. Tenemos en el cuerpo compuestos que nunca antes habíamos tenido", dice Olea.

Los epidemiólogos, por lo pronto, investigan la relación entre exposición a contaminantes y enfermedades como cáncer, diabetes, endometriosis, infertilidad, malformaciones genitourinarias, depresión inmunológica, asma, Alzhéimer y Parkinson.

Para este tipo de trabajo suponen un tesoro los bancos de tejidos y datos como el que tiene el grupo de Olea en Granada: 6.000 placentas de madres de toda España obtenidas hace una década, con información de seguimiento, durante ese tiempo, del par madre-hijo correspondiente. Esto permite investigar, por ejemplo, la relación entre contaminantes en la placenta y desarrollo. Uno de los últimos trabajos científicos publicados, en septiembre, indica que una mayor concentración de compuestos clorados podría afectar negativamente a la función cognitiva, y recomienda más estudios.

Los investigadores también están observando en los últimos años que la baja concentración de estos compuestos en el organismo no garantiza su inocuidad. El llamadomito de las dosis bajas está cayendo.

"Tanto en animales como en humanos se han visto efectos adversos de los contaminantes a las dosis tradicionalmente llamadas bajas", explica Miquel Porta, catedrático de Epidemiología y Salud Pública de la Universidad de Barcelona e investigador del Instituto Municipal de Investigaciones Médicas (IMIM). "Estrictamente, estas dosis no son bajas: las concentraciones o niveles en sangre o en líquido amniótico, por ejemplo, son tan altas como las de nuestras propias hormonas naturales, y a menudo mucho más". Hasta ahora se aceptaba que estos compuestos debían presentarse a dosis más elevadas para alterar funciones fisiológicas en el organismo, "pero eso está en revisión", dice Porta.

A este experto no le tranquiliza saber que en la mayor parte de los alimentos estos compuestos no superan los niveles considerados seguros por las agencias de seguridad alimentaria y la OMS. "A menudo los niveles legales se establecen simplemente para que los alimentos puedan llegar a nuestra mesa", señala Porta. "Pero nadie nos puede asegurar que las concentraciones que tiene una parte importante de la población sean seguras; a mí, como médico, me parecen muy preocupantes".

En un estudio reciente, su grupo midió presencia de contaminantes en una muestra de 919 personas en Cataluña, considerada representativa de la población general. Los resultados revelaron que algunas personas tenían cantidades de DDE y hexaclorobenceno hasta 6.000 veces superiores que otras. "Una minoría de la población tiene una contaminación interna escandalosamente superior a la mayoría. ¿Es esa minoría la que luego desarrolla enfermedad?", se pregunta Porta.

Es una de las muchas cuestiones aún pendientes de estudiar. Los investigadores se preguntan, por ejemplo, cómo interfieren los tóxicos ambientales con la acción de los genes. Algunos datos apuntan a que el arsénico, el cadmio y los pesticidas organoclorados podrían apagar genes supresores de tumores, y encender genes con precisamente la acción opuesta.

Prueba de que el problema importa es que la Unión Europea destina fondos a investigarlo. El grupo de Olea y otros siete laboratorios europeos participan en el proyecto internacional Contamed, que estudia la relación de la química cotidiana con los trastornos del sistema reproductivo. La incidencia de estas alteraciones -desde una menor calidad del semen hasta malformaciones de genitales- está en aumento en Europa y el problema causa "una considerable preocupación", se dice en la web del proyecto.

Cooperativas de alimentación ecológica. ¿Una moda o un cambio profundo en la forma de consumir?

07-12-2010

Un año hay que esperar en algunas ciudades para formar parte de
una cooperativa de alimentación ecológica. Al final se intenta
compensar el hecho de que en un contexto urbano es difícil tener
un huerto y el contacto con los campesinos y agricultores
prácticamente desaparece. Pero cuál es el motivo de este éxito?
Hablamos con miembros de diferentes cooperativas para saber
qué les impulsó a crearlas, cómo funcionan, y si realmente esta
opción les da un mayor control sobre el origen y calidad de lo que
consumen.

Creamos nuestra cooperativa para poder consumir productos

ecológicos pero sin tener que pasar por el tamiz de los grandes

grupos de consumo ', explicaEngràcia Valls, socia de la cooperativa

de alimentación ecológica La Manduca, de Sant Feliu de Guíxols.

Y es que comprar comida ecológica en el supermercado es posible,

pero caro. Y las opciones de elección son limitadas. 'Hay muchos

botes de colores, pero los productos están fabricados por dos o tres

empresas. Cambia el diseño de los paquetes pero la elección es ilusoria ',

comenta Xavier Montagut, integrante de la Xarxa de Consum Solidari.

El lema de las cooperativas de alimentación ecológica podría ser 'nosotros

decidimos y conocemos lo que comemos'. Se trata de grupos de

consumidores coordinados que se aseguran de velar por la protección

de la agricultura ecológica. Roger Codina, miembro de la cooperativa

manresana Almàixera argumenta que una de las finalidades del proyecto

común que llevan a cabo es incidir sobre todo el sistema económico

establecido 'y destaca que las cooperativas de alimentación ecológica

permiten a un grupo de consumidores actuar conjuntamente valorando

aspectos sociales y éticos 'de la producción de alimentos. Codina subraya

que es importante 'proteger la figura del campesino y evitar intermediarios

que encarezcan el precio del producto'. ¿Y el resultado? 'Productos de

buena calidad, con un trato directo con el campesino productor, saludables

y ecológicos', remarca. La cooperativa de alimentación ecológica

barcelonesa Cydonia, inició su proyecto 13 años atrás. 'Empezamos siendo

8 o 9 parejas que buscaban una manera concreta de consumir y ahora ya

somos 46 familias que conforman el proyecto', nos dice Xavi Fernández,

miembro de la Junta directiva de Cydonia.

¿Qué hace falta para poner en marcha una cooperativa de

alimentación ecológica?


Los ingredientes necesarios son: la existencia de un grupo de

personas concienciadas y con ganas de optar por una compra de

alimentos ecológicos, una buena organización y diálogo. 'Se

necesitan meses para pasar de la teoría a la práctica', indica Xavi

Fernández. Codina señala que 'cuando un grupo empieza, hay

más dedicación que cuando la cooperativa ya tiene las dinámicas

creadas'. Los integrantes de la cooperativa suelen organizarse en

cinco grandes grupos: Comisión de compras (busca nuevos

proveedores, hace los pedidos necesarias), Comisión de Infraestructuras

(busca el material necesario para el local), Comisión de económicas

(cobran los pedidos ), Comisión de relaciones externas (asisten a los

encuentros con otras cooperativas y dan a conocer sus proyectos a

los demás miembros del grupo) y, por último, la Comisión de relaciones

internas (distribuye y asigna las tareas a cumplir, preparación de cajas,

limpieza, asambleas, entre otros). La media de horas semanales

dedicadas a tareas para la cooperativa es de 2 a 3 horas por familia o

integrante de la cooperativa.

Cada cooperativa decide el número de personas que pueden formar
parte. 'Gestionar más de 40 cestos ya empieza a ser complicado',
explica Engràcia Valls. A veces el freno viene determinado por el
espacio del local: si el local es pequeño a partir de un cierto número
de socios, ya no es posible crecer más. Por este motivo están las
listas de espera donde se apuntan los que quisieran entrar a formar
parte de una cooperativa, que desgraciadamente está llena.

Lo más común es que haya una lista de espera de gente que quiere

formar parte de otras cooperativas, y cuando se llega a un número

de personas concreto, 20 inscritos, se plantea la idea de formar una

nueva cooperativa ', añade. Los miembros de cooperativas ya

consolidadas guían en el proceso de nacimiento de nuevas cooperativas

a sus integrantes. 'Los convocamos, les explicamos nuestras rutinas

de funcionamiento, los pasamos una lista con nuestros proveedores y

contestamos a las dudas y preguntas que nos plantean', explica Fernández.

Codina indica que algunas veces se opta por acompañar en todo el

proceso de formación de la nueva cooperativa, haciendo que una

persona voluntaria abandone la cooperativa inicial que formaba parte,

para pasar a ser integrante de la nueva y poder resolver las dudas que

vayan surgiendo, desde dentro '.

¿Y donde se registran más listas de espera? 'En Barcelona y en el Área

Metropolitana es donde han aparecido más cooperativas de alimentación

ecológica y donde hay más listas de espera', comenta Fernández,

que añade que en el Maresme, el Vallès y el Baix Llobregat también hay

mucha demanda. En las tierras de Girona, en Tarragona y Manresa, por

el contrario, hay menos afluencia. El tiempo de espera para pasar a

formar parte de una cooperativa oscila entre 6 meses y un año.

Contacto directo con los campesinos
La principal ventaja formar parte de una cooperativa es 'poder conocer

a quien compras los productos, saber qué hace y estar de acuerdo con

la manera como lo hace', subraya Xavier Montagut. Las cooperativas

organizan, de vez en cuando, visitas a los campesinos proveedores.

'Les hacemos preguntas, vemos de qué manera trabajan y resolvemos

dudas sobre el proceso de elaboración y producción del producto',

explica Engràcia Valls.

¿Pero como se contacta con los proveedores? 'Hay campesinos que

cultivan hortalizas de forma ecológica y ellos mismos ofrecen sus

productos a las cooperativas. Otras veces, los mismos integrantes de la

cooperativa conocen a algún campesino y lo proponen los demás

miembros del grupo. Una tercera opción es conocer campesinos a través

de otras cooperativas que recomiendan a ciertos proveedores ', explica

Xavi Fernández.
La lucha contra los transgénicos y la recuperación de la soberanía

alimentaria
Montagut destaca que 'la soberanía alimentaria es una estrategia de lucha

que pretende devolver a los ciudadanos ya los productores el control de

su alimentación hoy en manos de unas pocas mutinacionals orientadas a

maximizar sus ganancias. Esto implica una alimentación sana, sostenible,

justa y adecuada culturalmente '. Y como podemos recuperarla? El

movimiento campesino, todo el mundo junto con consumidores, ecologistas,

ONG está exigiendo un cambio de rumbo en las políticas agrarias y alimentarias

y lo está llevando a la práctica con explotaciones agroecológicas, con

proyectos comerciales equitativos, organizando los ciudadanos para consumir

productos agroecológicos , de proximidad y con una retribución justa a todos

los que participan en la cadena alimentaria 'recalca Montagut.

Esta es una de las finalidades que persiguen las cooperativas de alimentación

ecológica. La otra es evitar que las semillas de alimentos modificadas

genéticamente contaminen a las ecológicas, debido a la mezcla de los dos

tipos de semillas con la ayuda del viento. Montagut es del parecer que las

semillas de alimentos transgénicos son invasoras y por tanto hay que parar

su producción. 'La sociedad está muy sensibilizada con este tema, aunque

el poder económico tira hacia otro lado', dice Montagut, que añade,

'Cataluña está a la vanguardia en productos transgénicos, el maíz que

producimos es transgénico y sirve para alimentar animales que luego

consumimos en forma de carne animal '. La plataforma ‘Som lo que sembrem'

trabaja para conseguir el etiquetado de los productos alimenticios

modificados genéticamente. 'Los transgénicos tienen mala prensa, si las

personas supieran qué es transgénico y lo dejaran de comprar, las empresas

renunciarían a producir más', considera Roger Codina.

Cifras destacadas
Según datos del Observatori de l'alimentació ecològica de Catalunya,

un 31% de la población encuestada afirma que consume productos

ecológicos, aunque sea esporádicamente. Y de manera habitual el

porcentaje es del 2,6%.

En Cataluña hoy hay unos 123 grupos, asociaciones o cooperativas

de alimentación ecológica, según datos de Ecoconsum, la Coordinadora

catalana de cooperativas de alimentación ecológica. A Ecoconsum,

pero, sólo hay inscritos una veintena de grupos, que se encuentran

un par de veces al año para tomar decisiones conjuntamente e

intercambiar información de interés.

* En las fotografías aparecen: Engràcia Valls, Xavi Fernández y

Xavier Montagut. (Autora: L. Bassagaña)

Un envenenamiento consentido. Efectos en la salud de la contaminación ambiental


Los efectos sobre la salud de las exposiciones a contaminaciones que provienen del medio ambiente se han comenzado a recopilar en los últimos veinte años. Aquí presentamos un resumen de cómo la contaminación del agua, el aire y los alimentos afecta a nuestra salud.

ENVIADO POR: SOSTENIBLE.CAT - DRA. CARME VALLS LLOBET, 21/12/2010, 11:30 H |

Es difícil establecer relaciones de causalidad entre el producto utilizado y las consecuencias sobre la salud porque a veces las personas están expuestas a elementos contaminantes en el lugar de trabajo, pero también sufren la exposición ambiental que puede provenir del agua, del aire, los alimentos o de productos cosméticos o farmacológicos. A diferencia de las radiaciones ionizantes, el efecto de los productos químicos depende de las dosis y de la repetición de la exposición. También tenemos que partir de la base de que los avances en la síntesis de sustancias nuevas, sean insecticidas de nueva generación, desinfectantes, pinturas o tintes, han supuesto una mejora de la calidad de vida de muchas poblaciones del mundo, y que no todas las sustancias químicas son nocivas. El problema es que muchas no han sido evaluadas en relación con los posibles efectos negativos que pueden tener sobre la salud humana.

El agua
Los contaminantes químicos hidrosolubles y los metales pesados se pueden introducir en los seres humanos, los peces o los moluscos mediante el agua contaminada de los ríos y del mar. Son muchos los ejemplos de estos efectos, como es el escaso desarrollo de los peces y moluscos machos en las proximidades de los deltas de los ríos o de las rías gallegas, el hecho de haber encontrado en las aguas del río Ebro, delante del pueblo de Flix, una gran cantidad de detritos procedentes de las fábricas cercanas, con hexaclorobenceno y otras sustancias, y que los niños de esta localidad nazcan con niveles altos de estos productos en el cordón umbilical.[1] Otro ejemplo es la contaminación causada por el Prestige, que ha afectado el ADN de los voluntarios que fueron a sacar el "chapapote", según estudios realizados entre la Universidad de la Coruña y la Universidad de Barcelona.

El aire
A través del aire se pueden transmitir los contaminantes volátiles, como los insecticidas que se utilizan en la agricultura o en las desinsectaciones de locales, hoteles, escuelas, piscinas, servicios de transporte público o contenedores de residuos, que se han de someter a desinsectaciones frecuentes. Pero también los hidrocarburos procedentes de la combustión de la gasolina, expulsados a través del tubo de escape, son un contaminante; actúan como disruptor endocrino y contienen metales pesados, como el plomo. Y aún más, a todos ellos se unen las emisiones de otros gases, como el óxido nitroso, el anhídrido carbónico y los sulfatos.

Los alimentos
Los alimentos como la carne, el pescado, la leche y sus derivados pueden contener algunos de los productos orgánicos persistentes que se disuelven en medios grasos (liposolubles) del entorno en que viven los animales que luego se utilizan para el consumo humano. Los productos que contienen grasas son los que más niveles de dioxinas y bisfenol policlorados (PCB) pueden contener.

Consecuencias del consumo de sustancias químicas
En primer lugar, pueden afectar la salud del feto (teratogénicos) y el material genético de los seres humanos (genotóxicos). Pueden ser inductores de cambios en la salud reproductiva y en el equilibrio de las hormonas, lo que puede tener el efecto de disruptores endocrinos.[2] Se han descrito también efectos carcinógenos y neurológicos, y pueden ser inductores de procesos autoinmunes i de alteraciones de la inmunidad, de la fatiga crónica y la fibromialgia, y de la hipersensibilidad química múltiple.
La exposición a productos químicos y el riesgo de cáncer ha sido una de las correlaciones que, aunque es difícil de obtener, ha cambiado el panorama de la prevención en salud laboral y ha permitido mejores estrategias de prevención.

Desde la década de los ochenta se empezó a conocer que la exposición a herbicidas como el clorofenoxi podía producir sarcomas de tejidos blandos; la exposición a creosota, cáncer de piel, la exposición a dibromo cloropropano, cáncer de pulmón, el dibromuro de etileno incidía en producir linfomas, el óxido de etileno, en la aparición de leucemias y cáncer de estómago y pulmón. Finalmente, la exposición a formaldehído, ampliamente usado en la industria de la madera y del mueble, en la industria papelera, textil y de producción de plásticos, en hospitales y laboratorios, puede tener consecuencias carcinogénicas amplias.[3]

La exposición laboral o accidental a pesticidas
En primer lugar, afecta a la población de trabajadores y trabajadoras de la agricultura y, a veces, por mala manipulación o por falta de información, también afecta a sus familias, con un riesgo más elevado para los niños de corta edad e incluso durante el desarrollo fetal. Afecta también a los trabajadores y las trabajadoras que fabrican, manipulan y aplican los pesticidas. Además, pueden producir efectos sobre la salud de los trabajadores y las trabajadoras de centros laborales en los que se han aplicado insecticidas sin seguir normas de aplicación, o sin respetar los métodos inocuos de limpieza posteriores a la aplicación. Finalmente, la exposición más sutil y continuada se debe a la contaminación del agua y los alimentos por pesticidas.[4] Las consecuencias a corto, medio y largo plazo de la exposición a insecticidas son cáncer infantil y en la vida adulta, problemas en la salud reproductiva, enfermedad de Parkinson, enfermedades autoinmunes, disrupción endocrina y neuropatía central y periférica.

¿Cómo se pueden generar actitudes exigentes y responsables?
En primer lugar, tenemos que dar mucha más información a toda la población, a padres y madres y a los educadores y educadoras, porque sin información no podemos cambiar las prácticas cotidianas de consumo y alimentación. No es fácil ofrecer información veraz y por ello es necesario actualizar los conocimientos con consultas a bases de datos o páginas web como la del Consejo Asesor de Desarrollo Sostenible (CADS) [5] que también propone buenas prácticas que podríamos hacer en nuestra vida cotidiana para preservar el medio ambiente. El ejemplo de los adultos reciclando los residuos, clasificando la basura y evitando que se multiplique la incineración de residuos hará que las nuevas generaciones cambien su actitud frente a la contaminación ambiental.
Pero la calidad del aire, del agua y los alimentos depende mucho de los controles que debe hacer el gobierno a través del Departamento del Medio Ambiente y de la Agencia de Salud Pública. Por tanto, las nuevas generaciones deberían aprender a consultar y estar atentos a la información que darán los gobiernos y a exigir más, para demostrar que está mejorando la calidad de los medios por los que se puede introducir la contaminación en el cuerpo humano.

¿Cuáles son los retos para afrontar?

Hay que promover la investigación biomédica entre industria, salud pública y universidades para establecer las correlaciones entre contaminantes y problemas de salud de la población. Conocidas las causas, habrá que estimular las tareas de prevención, con normas claras de cómo se deben utilizar los productos químicos, los insecticidas y los productos de limpieza. Habrá que estimular que las etiquetas de los productos contengan toda la información de los contenidos, incluidos todos los productos destinados a la alimentación, y si pueden contener productos transgénicos. Es importante también que se conozcan los beneficios de la alimentación ecológica, que no contiene insecticidas en su producción.

Considero que también será muy importante estimular la participación ciudadana en la toma de decisiones, dar por ley la información necesaria a la población y al mismo tiempo compartir con la ciudadanía las responsabilidades de consumo, reciclaje de residuos y control de la calidad de agua, del aire y los alimentos que tendremos que hacer en el futuro.

¿Cómo podemos exigir el cumplimiento de las legislaciones relacionadas con la reducción de riesgos para la salud?
El denominado Convenio de Estocolmo de 2001, ratificado en 2005, definió doce productos de eliminación prioritaria en todos los países del mundo, atendiendo a los efectos tóxicos que tienen, su presencia en el medio ambiente y su persistencia en el interior del cuerpo humano, ya que todos son productos organoclorados. Estas sustancias, que se llamaron contaminantes orgánicos persistentes (COP)[6], son el aldrín, el PCB, clordano, el DDT, el dieldrín, las dioxinas, las endrinas, el furano, el heptacloro, el hexaclorobenceno, el mirex y el toxafeno. En Cataluña, desde el año 2005, representantes del Departamento de Salud, junto con representantes del Departamento de Agricultura, Ganadería y Pesca, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la Agencia Catalana del Agua, la Agencia de Residuos de Cataluña y otros organismos, bajo la coordinación del Departamento de Medio Ambiente y Vivienda, trabajan en la vigilancia y el control de los contaminantes del Convenio de Estocolmo desde diferentes vertientes: vigilancia de los alimentos, reducción de emisiones al medio ambiente, identificación y localización de las fuentes o sustitución de las sustancias contaminantes por otras de inocuas.

A escala europea, el Parlamento preparó el Plan de salud y medio ambiente 2004-2010, que han seguido de manera muy precaria todos los países de la UE, y la aprobación de la iniciativa REACH (reevaluación del efecto de las sustancias químicas), que es un primer hito y que se debe seguir con cuidado. Para agrupar el estado del conocimiento sobre esta materia se puede consultar el estudio del CAPS sobre Salud y Medio Ambiente impulsado por el CADS.[7]

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