domingo, 8 de abril de 2012

‘Historia del veneno’


HISTORIA
La invención del seguro de vida propició la edad de oro de los envenenamientos  ABR 2012 | FÁTIMA URÍBARRI

Adela Muñoz desvela en ‘Historia del veneno’ cómo el uso de brebajes letales ha modelado la Historia. Fernando el Católico murió por sobredosis de un afrodisíaco.

Las primeras que se dieron cuenta de las propiedades tóxicas de algunas plantas fueron las mujeres de la prehistoria. Observaron sus efectos sobre los animales que las ingerían. En seguida se buscó una aplicación práctica: impregnaron las puntas de flecha con veneno. Al principio fue para cazar, después se apuntó hacia los enemigos.

La catedrática de Química de la Universidad de Sevilla Adela Muñoz cuenta en Historia del veneno (Debate) la evolución, gustos y usos de drogas letales a lo largo de los siglos. El uso de pócimas ha torcido herencias, ha cambiado dinastías, ha enviudado a unos y enriquecido a otros, ha matado a papas y reyes, como a la seductora Cleopatra, aunque no está del todo claro que fuera un áspid el que le diera el mordisco fatal.

El veneno ha eliminado a espías, como Alexander Litvinenko, teniente coronel del KGB, contaminado con polonio. Se ha llevado por delante a médicos que intentaban descubrir sus secretos, ha ayudado a morir a filósofos, como Sócrates, que se suicidó tomando cicuta y murió de una manera mucho menos plácida que la que describe Platón en Fedón.

Ha habido periodos de la historia muy fértiles en venenos. Los miembros de la dinastía Julio-Claudia (Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón) fueron especialmente hábiles en su manejo. Dieron mucho trabajo a la hechicera Locusta, una experta proveedora de pócimas elaboradas con setas como la amanita phalloides.

Otra familia residente en Roma, los Borgia, también destacó en la afición a los brebajes letales. A Lucrecia, la hija del papa Alejandro VI, se le morían los novios y maridos como chinches tras pulverizar pesticida, y a su hermano César le achacan la desaparición de 20 rivales de la corte vaticana. Los Borgia eran aficionados a la cantarella.

Sus coetáneos españoles, los Reyes Católicos, preferían la cantaridina, que al parecer utilizaron con fines amorosos, no criminales. Parece que su hijo don Juan murió por sobredosis de este polvillo que se creía afrodisiaco: el infante sólo procuraba satisfacer a su mujer, la infanta Margarita. Algo parecido se dice que le sucedió a su señor padre Fernando el Católico con su segunda mujer, Germana de Foix.

Pero a Adela Muñoz la corte que más le ha sorprendido, por venenosa, es la del francés Luis XIV, el Rey Sol. “Había nada menos que 4.000 brujas censadas, especializadas sobre todo en abortos y pócimas del amor”, cuenta. Una de sus mejores clientas era madame de Montespan, la favorita del rey, una mujer bellísima con la que tuvo ocho hijos. Cuando los años empezaron a poner en peligro su preeminencia ante el rey, a la bella dama no le tembló el pulso para llamar a las brujas y eliminar a sus rivales. Un comisario de París investigó las muertes y llegó hasta ella, pero el rey paró la investigación.

También Jacobo I Estuardo frenó el castigo de su consejero Robert Carr, implicado en el asesinato del poeta Thomas Overbury (le pusieron un enema con cloruro de mercurio).

Otra sorpresa, cuenta Adela Muñoz, ha sido averiguar que la edad dorada del envenenamiento es muy reciente. “En los años de 1820 a 1830 se popularizó el veneno entre las clases medias”, cuenta. La razón de esta fiebre por los tóxicos es contundente: se inventaron los seguros de vida, así que muchos encontraron la manera de cobrarlos. No contaban quizás con que también se mejoraron los análisis forenses.

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