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miércoles, 24 de abril de 2013

Otra mirada a la sanidad pública




Cuando te diagnostican una enfermedad grave tiembla el suelo. Por más que barruntaras lo que se confirma, el impacto exige estabilidades no siempre disponibles: los apoyos externos (gente que te quiere, amistades fundamentales) son recursos necesarios, polivalentes absolutos: cinturones de seguridad que abrazan, muletas que equilibran, multivitamínicos que reponen fuerzas, y ansiolíticos que devuelven a la respiración el ritmo compatible con el esfuerzo físico y mental que se te exige.


De repente añades una nueva residencia a tu vida. Una distorsión muy de base te transporta a un universo sujeto a fuertes tensiones y ambiciones, a la arena de un proceso privatizador que ahoga en tiempo y medios a los profesionales y les impone un “sálvese quien pueda” que deja demasiadas víctimas… seguramente entre los mejores. La caricatura de un olimpo de dioses de bata blanca (tanto si puedes darte cuenta como si no, con heroicas y dignísimas excepciones) se desdibuja y distorsiona con mandamientos gerenciales, de un zafio mercantilismo. Quienes más lo sufren son, como siempre, los de abajo. En un ejercicio de alienación forzado quieren alejar la sanidad pública de sus objetivos nucleares, la realidad que le da sentido, bajo consigna de cumplir cifras de déficits absurdos, conseguir “ahorros” que significan precariedad, e imponer recortes durísimos que limitan con la capacidad de subsistencia. En vez de fomentar la investigación, y curar y cuidar a las personas enfermas (con su dolor y miedo incluido) los bonzos que se mueven por los sobres de los laboratorios y los fondos de inversión que colonizan la sanidad pública, quieren conseguir otra cosa: (¿rentabilidad, eficiencia, mejora de ratios?) No, más bien un saqueo impune.


Quienes pasan ahora a frecuentar (por necesidad y por derecho) hospitales públicos, entran en un medio “sanitario” mucho más hostil, donde batallas más duras que nunca también se libran en la cumbre, y donde los pacientes (impacientes o no) son cada vez más los figurantes necesarios, los extras de una gran superproducción a la Cecil B. De Mille, camino del peor de los óptimos gerenciales en los que prácticamente desaparecerían como personas, desfigurados sus perfiles por protocolos y rutinas, en un caos progresivo y quizás nada inocente. La única defensa, sumarse a la desconcertada resistencia de quienes todavía creen (numantinamente) en su vocación, de quienes defienden que, en contra de lo establecido, no hay enfermedades sino personas enfermas, seres conscientes que pueden entender mucho más de lo que se supone si se les pide razón además de confianza. Y a los que nunca se debería exigir fe en algo en lo que las ciencias (las ciencias de la salud) juegan un papel tan importante. Sólo si se opta por la colaboración y no por el sometimiento, si se trasciende la pasividad de consentimiento firmado sin derecho real a elegir (incluida la muerte digna asistida), si el respeto al profesional sigue, sin distorsión, en el respeto a las personas enfermas, la sanidad pública de Catalunya podría ocupar de nuevo un lugar destacado, envidiable y ejemplar, en el mundo.


Para el profesional de la sanidad pública supone aceptar que quien tiene enfrente, pese a padecer una enfermedad, debe ser tratado como un posible
(o seguro) aliado racional en la defensa de sus derechos laborales y profesionales porque refuerzan los imprescindibles derechos de ciudadanía. Los derechos no coliden, sino que se refuerzan, y esta sinergia básica es fundamental para que empiecen también a desmoronarse desigualdades arbitrarias y abismos absurdos entre el personal de la sanidad y las personas enfermas. Un buen tratamiento empieza también porque la persona enferma entienda y acompañe todas las facetas de su enfermedad sin que su dignidad se diluya. Sólo así podrá vivir también el proceso de su enfermedad como parte fundamental de la defensa de la sanidad pública. Porque no se aparcan los derechos por estar enfermo, por necesitar tratamiento, por ser dependiente o tener una enfermedad crónica.


El sistema sanitario público también está enfermando. Y para su mejoría debe combatir los dogmas merkelianos y demás elementos extraños, anti-sociales, inoculados desde las altas escuelas de negocios en contra de su propia razón de ser. Hay que echar al basurero de la historia en común a los viciosos de las puertas giratorias, erradicar a los adictos a las corruptelas que malvenden (o se llenan los bolsillos) con la sanidad de todos. Y, en un plano más personal, apearse también del pedestal y librarse de la autocompasión para que la lucha continúe, dé frutos, triunfe. Por el bien común, que quiere decir, por la salud y una vida digna para la inmensa mayoría.


Fuente: http://puntsdevista.wordpress.com/2013/04/11/otra-mirada-a-la-sanidad-publica/

martes, 23 de abril de 2013

Sanidad pública y desvergüenza


 por Dori
Miércoles, 17 de Abril de 2013 17:21




¿Quién defiende al paciente? ¿Quién sabe qué enfermedad tiene? ¿Quién…? Está claro que ellos, los trabajadores de la Sanidad Pública, “todos ellos”. Desde un doctor hasta un inspector, es necesario aclararlo y que se aclaren “todos los trabajadores de éste medio”, porque LA SANIDAD SE DEFIENDE LUCHA


Sanidad publica y desvergüenza

El eslogan de que “la Sanidad Pública no se vende, se defiende”, debería empezar por que todos los trabajadores ejerzan presión y denuncien lo que realmente pasa, comenzando por defender a los enfermos crónicos, no sólo con sus informes y recetas, sino exigiendo que se cumplan sus diagnósticos y tratamientos. Si esto no se tiene claro por parte de ese colectivo, la lucha en las calles será inútil.

¿Quién defiende al paciente? ¿Quién sabe qué enfermedad tiene? ¿Quién…? Está claro que ellos, los trabajadores de la Sanidad Pública, “todos ellos”. Desde un doctor hasta un inspector, es necesario aclararlo y que se aclaren “todos los trabajadores de éste medio”, porque LA SANIDAD SE DEFIENDE LUCHANDO DIARIAMENTE, no sólo por un puesto de trabajo, sino por sus pacientes, porque sin los pacientes, la Sanidad Publica SE VENDE, y con ello sus puestos de trabajo.

Si este colectivo deja actuar a la Administración, obedeciendo sus órdenes sin oponerse a las injusticias que se están cometiendo con los enfermos, actúan como cómplices de estos abusos y demostrarán claramente que sólo defienden sus puestos de trabajo (esos puestos de trabajo que tan poco importan en la Comunidad de Madrid, sobre todo, ya que la privatización y el expolio público son su único interés).

Es lo que está sucediendo en la actualidad con todos los enfermos y sobre todo con los “crónicos”, enfermos que parece ser que de repente tienen cura, como ocurre con los de Alzheimer, por poner un ejemplo.

Los inspectores de la Sanidad Pública vigilan sus recetas con muchísimo celo, hasta el extremo de que les deniegan las recetas para sus medicaciones si no presentan informes o éstos están a punto de caducar. ¿El Alzheimer tiene cura? ¿Desde cuándo? ¿Quién lo ha decidido? ¿Quién…? Si este acoso criminal a los enfermos no se detiene, tampoco se pararán el expolio y la privatización de la Sanidad Pública.

Este atentado contra la salud pública demuestra claramente que nuestra salud no importa y que están dispuestos a todo para conseguir lo que parece que son sus fines: acabar con los enfermos crónicos, un objetivo vil e inhumano. Da la impresión de que, si pudieran, los meterían en cámaras de gas para exterminarlos y evitar un gasto que les priva de parte de su botín. Todo ello con la complicidad y consentimiento de este gobierno que tan bien sabe defender lo privado y criminalizar lo público.

Para el poder, los enfermos crónicos son un gasto al que hay exterminar y lo tienen muy claro, han puesto toda la maquinaria en marcha para conseguirlo. Evidentemente eso les funciona con la inestimable ayuda de todos los trabajadores de la administración, los ejecutores de sus órdenes.

Lo siguiente es preguntarse si estos trabajadores están dispuestos a defender la Sanidad Pública o solamente sus puestos de trabajo. A eso ha de responder este colectivo que está luchando con ese eslogan que todos apoyamos, “la sanidad no se vende se defiende”.

Aunque poco o nada vamos a defender si todos los trabajadores de este sector no son parte activa y participativa en la práctica de esa defensa desde sus puestos de trabajo, porque esas órdenes funcionan si se cumplen y solo hay un camino para que no sean efectivas: su incumplimiento. Sólo así es posible impedir la venta y privatización de la Sanidad Pública.

Desde un celador hasta un administrativo pueden practicar esta defensa activamente, porque los trabajadores de este medio conocen, pueden, saben, cómo boicotear este saqueo de lo público. Defender lo público, y por consiguiente lo de todos, pasa por perder el miedo y ser parte activa en un asunto que nos atañe a todos, trabajadores y enfermos; los primeros por su puesto de trabajo, los segundos por su vida.

Por último, pedir a este colectivo que en sus asambleas planteen esta lucha a todos los niveles, desde el administrativo hasta el director del centro. Todos y cada de ellos son los que pueden informar de la realidad a los pacientes, y con ello a toda la ciudadanía, para que se pueda defender masivamente lo de todos. Es decir lo público, lo que es nuestro.


jueves, 21 de febrero de 2013

Sanidad: pongámonos dramáticos

20 DE FEBRERO DE 2013

Isaac Rosa *
Somos muchos los que alguna vez hemos mandado un escrito a la sección de ‘Cartas al director’ de algún periódico para dar las gracias al personal de un centro sanitario por la atención recibida por nosotros o nuestros familiares, porque nos salvaron la vida o nos hicieron más humano el tiempo de hospitalización.

Pero últimamente abunda en los medios otro tipo de cartas, que son el reverso negro de las anteriores. Escritos de pacientes o familiares que relatan el retraso fatal de una ambulancia, la complicación de un problema mal diagnosticado, la falta de personal, el deterioro de las instalaciones, la espera prolongada para una prueba o una intervención vital, o la desatención a los pacientes, como denunció la actriz Candela Peña en los Goya.


Es verdad que antes también había cartas así (pues la privatización y el deterioro vienen de antiguo), del mismo modo que hoy sigue habiendo cartas del primer grupo. Pero la proporción entre unas y otras se está invirtiendo a marchas forzadas. Sin necesidad de escribir una carta, cualquiera que haya pasado por un centro sanitario en los últimos tiempos puede percibir signos de deterioro galopante, en la falta de recursos, en el personal más agotado y estresado, en las esperas prolongadas. Y si no lo han sufrido en carne propia, habrán oído a médicos denunciando problemas por retrasos en pruebas diagnósticas, falta de medios o tratamientos denegados.


Es ya una frase hecha esa de que los recortes y privatizaciones sanitarias afectan a la calidad asistencial. La repetimos a menudo, pero es una expresión fría, burocrática, que encubre la realidad. Porque “calidad asistencial” cuando hablamos de sanidad quiere decir sufrimiento, dolor y muerte. Mejorar la calidad asistencial significa menos sufrimiento, menos dolor, menos muerte. Empeorar la calidad asistencial significa más sufrimiento, más dolor, más muerte. De modo que, si hacemos caso a los estudios y experiencias previas, sabemos que nos espera más sufrimiento, más dolor y más muerte. Llamemos a las cosas por su nombre.


“Afectar a la calidad asistencial” puede ser una ambulancia que no llega a tiempo, un hospital con una máquina de diagnóstico averiada durante meses, un laboratorio que se queda sin reactivos y obliga a repetir pruebas dolorosas, un enfermo mal valorado que es enviado de vuelta a casa y acaba muriendo, un paciente crónico que debe trasladarse decenas de kilómetros para un tratamiento habitual, errores de diagnóstico más frecuentes, pacientes desatendidos. No me invento nada, son formas de “afectar a la calidad asistencial” que ya están pasando, que he leído recientemente en esas cartas que van llenando los periódicos.


¿Estoy dramatizando por hablar de sufrimiento, dolor y muerte? Se nos acusa a menudo de dramatizar con las consecuencias de los recortes y privatizaciones, pero yo creo que, al contrario, deberíamos empezar a ponernos dramáticos de verdad, abandonar las frases hechas y los tecnicismos. Yo prefiero dramatizar ahora y no dentro de diez años, cuando tengamos investigaciones que, como la reciente en el hospital británico de Staffordshire, nos hablen de muertes que se pudieron evitar, sufrimiento gratuito y desatención a los enfermos debido a “una gestión que primaba la consecución de ”objetivos económicos por encima de la calidad del servicio”.


El horror de aquel hospital británico puede ser algo excepcional, un caso aislado, pero la rotunda conclusión de la investigación resume algo que ya está ocurriendo hoy aquí: estamos primando “objetivos económicos por encima de la calidad del servicio”. La reducción del déficit por encima de cualquier otro objetivo (tal como obliga Europa y establece la reforma constitucional de PSOE y PP) significa eso: que antes que reducir el dolor, el sufrimiento y la muerte, cumpliremos el objetivo de déficit.


Por ahora, el subgénero epistolar de que hablaba al principio está en transición, desde las cartas de agradecimiento a las de denuncia, y el resultado son cartas mixtas: denuncias con agradecimiento, relatos de casos en que el dolor, el sufrimiento o la muerte provocadas por los recortes fueron contenidos, aliviados, revertidos por la entrega generosa de los profesionales sanitarios, que van tapando los agujeros como pueden. Pero no podremos seguir así mucho tiempo, confiando en que la entrega de los trabajadores compensen las carencias y deficiencias del sistema. No necesitamos médicos superhéroes en hospitales deteriorados, como tampoco necesitamos profesores superhéroes en escuelas degradadas.


El único heroísmo que debemos pedir a los profesionales es que no se dobleguen. Las privatizaciones y cambios pueden hacerse sin contar con los ciudadanos (que por algo somos “pacientes”), pero difícilmente sin contar con los médicos. Cualquier cambio profundo necesita su colaboración, por activa y por pasiva. Las presiones serán enormes, ya lo son, tanto en negativo (precarización, amenazas, pérdida de derechos) como en positivo (incentivos para participar en las nuevas formas de gestión, salario vinculado a objetivos, etc.). Ese es el heroísmo que exigimos, para el que debemos estar junto a ellos en las mareas, sin un paso atrás: que no colaboren, que resistan.


Fuente:
http://www.cuartopoder.es/tribuna/sanidad-pongamonos-dramaticos/3962

"No me dejes morir aquí"


Los familiares de las víctimas del Hospital de Stafford, donde fallecieron 1.200 personas por negligencia médica, describen el clima de terror del centro británico

DAVID BOLLERO Londres 20/02/2013




La fundadora de la campaña de pacientes
"Cura el NHS", Julie Bailey, posa con una
copia del informe del informe.-

"Cada vez que una enfermera se acercaba a ella, estaba aterrorizada, aterrada de las mismas personas que deberían haber estado cuidándola". Es una de las muchas frases que estos días no deja de repetir Julie Bailey, incapaz de borrar de su mente cómo su madre enferma le cogía la mano, clavándole las uñas al ver que se aproximaban las enfermeras del Hospital de Stafford, del Servicio Nacional de Salud (NHS) británico.


Bailey es el alma del movimiento Cure the NHS (Curar al NHS), campaña que decidió impulsar cuando perdió a su madre Isabella, de 86 años, tras su paso por este hospital público, cuya gestión corre a cargo de la Mid Staffordshire Trust, que esta semana sacó los colores de, no sólo todo el sistema sanitario de Reino Unido, sino del Gobierno de David Cameron al completo al desvelar que en cuatro años se produjeron al menos 1.200 muertes por negligencias y desatención médicas.


Isabella Bailey ingresó en el hospital con una simple hernia de hiato. Preocupada por la deficiente atención que el personal sanitario prestaba a su madre en el ala 11 del Hospital de Stafford, su hija terminó optando por estar junto a ella las 24 horas del día. "Incluso cuando quería ir al baño, me suplicaba que no la dejara sola", recuerda su hija que hasta el ingreso en aquel hospital no había visto llorar a su madre jamás.


Una paciente comparaba su ingreso en el centro con su paso por Auschwitz

Aquella ala de la segunda planta del hospital representa para Bailey lo más cercano al infierno y recuerda cómo su madre, de origen polaco, rememoraba su paso por el campo de concentración de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial con menor sufrimiento que el infringido en Stafford: "allí al menos tenía amigos, aquí ni eso".


Bailey llegó a plasmar en un libro, From Ward to Whitehall, toda su experiencia, configurando lo que bien podría ser el guión de una película de terror, narrando desde cómo "la mujer en aislamiento no fue el único paciente al que vibebiendo de los jarrones de flores que se apilaban en el pasillo principal" a enfermos sin ser lavados en días, "a pesar de estar cubiertos de heces" oliendo durante todo un fin de semana.


Bailey: "El personal estaba totalmente despreocupado por los enfermos, eran crueles"

La fundadora de Cure the NHS describe el centro hospitalario como un foco de "crueldad, con personal totalmente despreocupado por los enfermos", donde "la negatividad se retroalimentaba y se multiplicaba".


Enfermeras gritando "¡Vuelve a tu cama!" cada vez que veían cómo se levantaba un enfermo de su lecho, una plantilla bajo mínimos incapaz de alimentar a todos los pacientes, ni tan siquiera, de hablar a los familiares hasta el punto de que Bailey asegura que "podías estar plantada durante minutos en el control de enfermería y ni levantaban la mirada para atenderte".


El clima de intimidación se extendía por los pasillos del centro y la ahora convertida en activista relata, incluso, amenazas de enfermeras advirtiendo de que "si hablas con la Dirección te meterás en problemas y no te va a ayudar nadie".


No todo el mundo era así, matiza la activista, que recuerda que aproximadamente un 20% de la plantilla constituía la excepción, "iluminaban la habitación con sólo su presencia", que incluso tenía efectos balsámicos en los agitados pacientes.


Cuerpo devorado por bacterias


Deb Hazeldine perdió a su madre de 67 años en el Hospital de Stafford, después de que ingresara únicamente para realizar durante unas semanas fisioterapia intensiva después de haber terminado la quimioterapia para tratar un cáncer óseo. En el plazo que estuvo ingresada, su madre se infectó con dos bacterias asesinas, es decir, bacterias que destruyen el tejido a su paso generando una infección denominada fascitis necrotizante.


Hazeldine no puede olvidar las palabras de su madre, "no me dejes morir aquí", y cómo una vez fallecida, su cuerpo quedó tan desgarrado por las infecciones que ni siquiera le dejaron acercase a él, "metido en una bolsa con instrucciones de que no podía cogerle la mano o besarla para despedirme de ella".


"Mi madre murió sin recibir ninguna atención", denuncia una mujer

Esta empleada pública en un Council (organismo de Administración local), asegura con amargura que "mi madre murió sin recibir ninguna atención, sin dignidad" y, precisamente por eso, "tras su muerte le prometí que lucharía hasta el fin de mis días por mostrar al público su muerte tan horrorosa, para asegurar que otros no la sufran".


"Los pacientes no han tenido ninguna voz durante mucho tiempo y eso va a cambiar a partir de ahora", sentencia, al tiempo que exige la dimisión de David Nicholson, el que fuera el cabeza del NHS en Stafford entre 2005 y 2006 y ahora disfruta de un sueldo de más de 300.000 euros anuales como responsable a nivel nacional. Hazeldine, como tantos otros británicos, reclaman su cabeza, dado "que tuvo cinco años para hablarme, para apoyarme y eligió no hacerlo".


El cabecilla del hospital cobra ahora 300.000 euros como responsable a nivel nacional

Una dimisión o cese que también exige la propia Bailey, que ha puesto en marcha una recogida electrónica de firmas a través del canal oficial que el Gobierno británico pone a disposición de los ciudadanos. "Los casos terribles de tratos vejatorios por todo Reino Unido que vienen contándome estos días" no hacen más que confirmarla en sus posiciones, temerosa de que "el próximo Mid Staffordshire Trust esté a punto de salir" y preguntándose "cómo es posible que Nicholson se mantenga en su puesto".


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"Cultura del terror"


Los testimonios de los pacientes no son los únicos estremecedores. Shaun Lintern es un periodista especializado en Sanidad que lleva siguiendo el caso de la Mid Staffordshire Trust desde 2007, cuando ya entonces las familias alarmaban sobre la atención prestada en el centro.


Lintern ha asistido a los algo más de cuatro meses y medio de audiencias de pacientes para la elaboración del demoledor informe que ha hecho temblar los cimientos de la Sanidad británica. "Escuchar los testimonios con pelos y señales de los testigos ha sido tan apasionante como espeluznante", admite el periodista, al tiempo que reconoce que "ha sido una experiencia que vivirá conmigo el resto de mi carrera profesional".


"Escuchar los testimonios de los testigos ha sigo tan apasionante como espeluznante", cuenta un periodista

El periodista cuenta cómo los comparecientes se derrumbaban recordando las muertes de sus familiares, describiendo sus propias experiencias que el Hospital de Stafford. "A medida que la investigación se amplió al resto del NHS y su fracaso en dar respuesta, mi horror y mi tristeza se volvieron incredulidad, unshock al ver pasar organización tras organización pidiendo perdón por no haber salvaguardado a los pacientes", escuchando a directivos esgrimir excusas tan banales como que pensaban que otro estamento se había hecho ya cargo de la situación.


En este contexto, otro de los grandes fracasos que encuentra Lintern en este escándalo es "el de los profesionales en primera línea", es decir, médicos y enfermeras que ejercieron "una cultura del terror", a todos los niveles, tanto con pacientes como con empleados. El periodista asegura que algunos testigos, incluso, "hablaron de llamadas por la noche por parte de los directores y gerentes presionando para alcanzar objetivos, enfermeras amenazadas con su puesto de trabajo si hablaban y médicos suspendidos por haber elevado sus quejas", sin olvidar la intimidación entre las propias enfermeras.


Fuente: http://www.publico.es/450718/no-me-dejes-morir-aqui

jueves, 14 de febrero de 2013

Marea blanca por la sanidad, por los derechos humanos, por la salud


Primero dio argumentos Gaspar Llamazares(presentando unas Jornadas en las que participóDempeus per la Salut Pública) y poco después Joan Benach. Especialmente interesante es la difusión de este Memorandum en el que la Plataforma PROU RETALLADES, para Catalunya, declara que la igualtat, la solidaritat i l’equitat social, signes d’identitat col∙lectiva”. Una muestra de que la equidad está en fase de disolución lo dio ayer el periodista Oriol Güell en El Pais al descubrir, para Catalunya, los planes del desmantelamiento de la sanidad pública en un impresionante trabajo de investigación y denuncia del documento redactado por la consultora Pricewaterhouse Coopers (PWC) donde se incluye una lista de empresas susceptibles de participar en la privatización —Capio Sanidad, Grupo Ribera Salud, USP, HM Hospitales…
Por mi parte, en ACTUA, (Debate:2012 – coordinado por Rosa María Artal) hace ahora justamente un año denunciaba que no se trata de sólo una estafa local… la estrategia mundial de la privatización de los servicios públicos sigue las recomendaciones el FMI, el BM y la OMC. Empezó con la debilitación y fragmentación del sector público, y se fomentaron los organismos autónomos -fundaciones, consorcios- para aumentar la opacidad y escapar a controles. Tarea a la que se aplicaron, en España y Catalunya, tanto el PP como el PSC y CIU. La maniobra, ahora, puede llevar a su infeliz término, ayudada por la “externalización” de la provisión de servicios a empresas de “empresarios” compañeros de los pupitres de la corrupción, que se enriquecen con prácticas ilegales -como las de Ramon Bagó o Arturo Fernández.



Es evidente que si la sanidad no fuera un sector tan necesario como potencialmente rentable, no existiría el ansia privatizadora. Ya en el 2006 la OMS denunciaba que bajo la excusa de buscar ayuda financiera en el sector privado, se encarece todo el proceso de inversión pública e impide cualquier ahorro real. En un sentido parecido alertaba el sociólogo Frédéric Pierru, rechazando los efectos perversos de las medidas de “corresponsabilidad financiera” de la ciudadanía, el modelo de “llave en mano”, la introducción de competencia entre hospitales, o la proliferación de indicadores de ejecución.


Se podrían dar muchos más ejemplos y testimonios, pero todo se resume en que en el proceso de privatización dejan de funcionar los mecanismos de control; se imponen fórmulas empresariales ajenas y se produce una sistemática y dolorosa degradación de las condiciones de trabajo. La participación social en salud se convirtió, con demasiada frecuencia, en mera pantomima al tiempo que aumenta la capacidad determinante de las grandes empresas aseguradoras, farmacéuticas, biomédicas. Y aunque ya había precedentes en Catalunya, es preciso tener presente que fue el gobierno de José María Aznar quien se encargó de sentar las bases para la privatización de la sanidad. El instrumento legal fue la Ley 15/97, que a poco de aplicarse ya dio lugar a mala gestión demostrada, prácticas poco transparentes y despilfarro, como denuncia repetidamente el Tribunal de Cuentas.


Las líneas degenerativas son fáciles de discernir porque se acaba por crear un neo-lenguaje en el que se aceptan como propios conceptos “de mercado”: se habla de clientes (no de pacientes, ni de sus derechos ni sus necesidades), se razona en términos de coste-beneficio privado –nunca social–, sin admitir que la privatización de la salud y las desigualdades que provoca son altamente inmorales. Por ejemplo, en la Francia de Sarkozy, las desigualdades en salud se ciernen en especial sobre las personas inmigradas. En lo más duro de la crisis, se denegó el acceso al sistema público de seguridad social específico para inmigrantes no regularizados a una tercera parte de sus beneficiarios (entre 150.000 y 300.000 según las estimaciones). No tardó Ana Mato, la infausta ministra de sanidad española, en copiar el modelo. La estafa que nos presentan como crisis incrementa la marginación, rompiendo o haciendo desaparecer las redes de apoyo de las personas en situación más débil. Crea una sociedad de personas más solas, más aisladas, con menos derechos, más enfermas…. su exclusión de la sociedad entra en fragrante contradicción no sólo con los derechos humanos, sino con una aplicación racional de las políticas de salud pública.


Argumentos para la acción: La sanidad pública no es el problema, es la solución.


La crisis que comenzó en 2008 se ha convertido en la gran coartada de una estafa continuada contra la mayoría de la población, y es, de hecho, una ofensiva de la lucha de clases que está ganando una minoría privilegiada. El dinero de nuestros impuestos que debería garantizar los servicios públicos básicos es arrebatado por el capital financiero, o se invierte en proyectos contrarios a los intereses de la población, o desviado por los corruptos hacia paraísos fiscales. Se desatienden necesidades básicas mientras se pervierte y privatiza la enseñanza y la salud públicas, y se deterioran o frenan servicios sociales básicos contra la exclusión social como las rentas de inserción y las ayudas a la dependencia. Los “planes de austeridad” son un fraude y un mecanismo perverso de redistribución regresiva de la renta. El sufrimiento cotidiano de millones de familias al borde de la supervivencia son ejemplos de los estragos aterradores de esta crisis. Los determinantes sociales de la salud encienden todas las señales de alerta.


¿Quiénes son los responsables? Si se esconden en el anonimato o bajo nombres de grandes empresas los responsables económicos, los políticos deben dar la cara. Ya basta de ocultarse detrás de “los mercados”. Fueron elegidos para representar nuestros intereses, y ninguna votación masiva con juegos de mayorías relativas les excusa para cambios de fondo y sentido de sus programas, ni para ser complacientes con la corrupción, ni consentir retrocesos de civilización que cuestan sufrimientos y vidas.


¿Quién se lleva la peor parte? En todo el mundo occidental, millones de familias han perdido su hogar o están en proceso de desahucio. Los sistemas de pensiones privadas de muchos países dejan a personas mayores en la pobreza, mientras desaparecen los ahorros familiares de los países más golpeados por la estafa de la crisis. La tasa de paro ha llegado tan alto que incluso desde las altas instancias de la CEOE reniegan de su validez (Joan Rosell) mientras se incrementa día a día la precariedad en el trabajo y la vida, las pérdidas de derechos laborales, la perversa contraposición de estos con los derechos de ciudadanía, los intentos de culpabilización múltiples sobre las personas -en especial las más desprotegidas: enfermos y enfermas crónicas, personas con discapacidades.


Por ello hay que que actuar entendiendo la Salud como un derecho vital, como una categoría que va más allá de la ausencia de enfermedad. Hay que actuar para construir una sociedad más participativa, con un ejercicio más democrático de las responsabilidades políticas y un mayor control efectivo sobre las mismas.


Hay que actuar reclamando un gran debate social abierto y políticamente vinculante, con la máxima transparencia, con acceso a los datos y a los criterios de evaluación existentes para poder corregir actuales los sesgos economicistas y devolver sentido y humanidad a las políticas de salud.


Hay que actuar para no enfermar, levantando la mirada y poniéndose en pie para darnos cuenta de que no estamos solos en la voluntad de un cambio global. La salud se sitúa ahora en el epicentro de la lucha entre economía y política, entre las instrucciones del neoliberalismo y los derechos y necesidades de las personas. En tiempos de estafa social como los que vivimos, hay que prestar atención a los determinantes de salud de cada país o territorio, y actuar para conseguir una globalización solidaria y en positivo.


Hay que actuar transformando. Comprometerse a favor de la salud pública y de una sanidad mejor no es una lucha aislada: cobra sentido en una dinámica global, integrada y cada día más fuerte, en todo el planeta, por otro mundo posible.


Fuente: http://puntsdevista.wordpress.com/2013/02/12/marea-blanca-por-la-sanidadporlosderechoshumanosporlasalud/year=2013&monthnum=02&day=12&like=1&_wpnonce=7e5fb698ff&wpl_rand=418b46480a