Si este reportaje versara sobre laboratorios que se dedican a investigar sustancias tóxicas o virus peligrosos a nadie le extrañaría leer como parte de las medidas a tomar en caso de ruptura del envase las advertencias de que es preciso “Desocupar la habitación y ventilarla durante al menos 15 minutos. No usar una aspiradora.
Limpiar utilizando guantes de goma y evitar la creación e inhalación de polvo del aire. Recoger todas las partículas y fragmentos de vidrio y colocarlos en una bolsa de plástico. Limpiar el área con un paño húmedo y a continuación ponerlo en una bolsa y sellarla. La bolsa no se debe tirar a la basura. Todos los ayuntamientos tienen la obligación de disponer de las medidas necesarias para la eliminación de los residuos peligrosos”. Sin embargo tales instrucciones no son las medidas a tomar en un laboratorio de alta seguridad sino las aconsejadas por el Department for Environment, Food and Rural Affairs (DEFRA) encargado de la protección ambiental en el Reino Unido para el caso de que una bombilla -como la que “regala” a cada español el Ministerio de Industria- se rompa en pedazos accidentalmente ya que liberaría ¡polvo de mercurio! en el ambiente.
“Hay evidencias de que una iluminación baja puede dar lugar a un mayor número de caídas en personas con poca visión”, afirma Larry Benjamin. Palabras que no se corresponden con un fragmento de película A ciegas basada en la novela de José Saramago sino que corresponden a la reflexión de un prestigioso miembro del Royal College of Ophthalmologists británico sobre las llamadas bombillas de bajo consumo porque lo que tampoco se cuenta es que ¡iluminan mucho peor!
“Estamos preocupados por los riesgos para los pacientes sensibles a la luz que tienen severos trastornos en la piel”. Y tampoco esta frase es el extracto de un relato de ciencia ficción sobre la pérdida de la capa de ozono en el planeta sino la respuesta de Harry Moseley -consultor científico en la escocesa Universidad de Dundee- a la pregunta que le hizo la BBC sobre sus efectos porque resulta que además ¡emiten radiación ultravioleta!
En suma, una vez más los políticos han situado el dinero por delante de nuestra salud. Porque la decisión de combatir el calentamiento global y la crisis económica con estas nuevas bombillas está ya tomada con el argumento de que consumen entre un 75% y un 80% menos de energía y su vida media es mucho mayor que la de las incandescentes. Lo que si bien puede ser cierto en el caso de una oficina no lo es en un hogar donde éstas se encienden y apagan continuamente porque eso acorta su vida. En cualquier caso lo realmente importante es que se está ocultando que tienen serios inconvenientes para la salud. Básicamente por tres razones: porque emiten radiofrecuencias biológicamente dañinas, porque emiten radiaciones ultravioletas peligrosas en distancias cortas y porque llevan mercurio –sustancia tóxica y cancerígena- con el peligro que eso supone en caso de ruptura (sin olvidar los problemas que acarrea su reciclaje). Además existen serias sospechas de que esas radiaciones y su centelleo -producto de las altas frecuencias generadas- puede provocar migrañas, fatiga, confusión, vértigo, zumbido en los oídos, problemas en los ojos, náuseas e irritaciones de la piel además de agravar la sintomatología de las personas sensibles a los campos electromagnéticos. Que son cada vez más, por cierto.
En cuanto al argumento de que resultan “más económicas a la larga” cabe añadir que eso será si no se nos rompen ya que además de los peligros para la salud cada “accidente” de ese tipo –bastante habitual porque basta dar un simple golpe a la bombilla para que ello pueda ocurrir como todos sabemos- nos saldrá por un ojo de la cara.
EL TÓXICO MERCURIO
En suma, las simples medidas de precaución que exige manejar estas bombillas hacen incomprensible la decisión de generalizar su uso entre la población. Porque cada CFL contiene entre 3 y 5 miligramos de mercurio, mineral altamente tóxico y peligroso cuando se libera en el medio ambiente. En especial para el cerebro, el sistema nervioso, el hígado y los riñones aunque igualmente puede dañar el aparato cardiovascular, el sistema reproductivo y el sistema inmune además de ser causa de temblores, inestabilidad emocional, pérdida de memoria, insomnio, problemas neuromusculares, dolores de cabeza, alzheimer y cáncer. Aunque son los fetos, bebés y lactantes los más vulnerables ya que su exposición al mercurio influye muy negativamente tanto en el desarrollo de su cerebro como del sistema nervioso.
Quienes tratan de restar importancia a este hecho argumentan que su presencia es “muy pequeña” pero o mienten o ignoran que no se ha establecido una “cantidad segura” de mercurio y que, de existir, estaría en el nivel de los microgramos y las CFL contienen entre ¡tres y cinco mil miligramos! (recordemos que un microgramo es la milésima parte de un miligramo).
“El límite del Canadian Water Quality (CWQG) para proteger la vida de agua dulce –señala la investigadora canadiense Magda Havas- es de 26 nanogramos de mercurio inorgánico por litro de agua. Lo que significa que una bombilla CFL puede contaminar 190.000 litros de agua a niveles que superan las directrices de calidad de nuestra agua!” (un nanogramo es la milésima parte de un microgramo y, por tanto, la millonésima parte de un miligramo).
Según el Institut National de Recherche et de Sécurité (INRS) francés para la prevención de accidentes y enfermedades profesionales la inhalación por un perro de aire que contenga una décima parte de miligramo por metro cúbico de mercurio le provoca a las seis semanas problemas neurológicos y renales irreversibles. Y una sola bombilla rota vaporizaría 5 mg contaminando un área de 50 metros cúbicos. Insistimos: el contenido de ¡una sola bombilla!
Es evidente que la exposición al mercurio contenido en el interior de las CFL sólo puede producirse en caso de que la bombilla se rompa pero eso puede pasar fácilmente. Un estudio realizado en el estado norteamericano de Maine llevó a la Agencia de Protección de Medio Ambiente estadounidense a modificar sus recomendaciones porque se demostró que en caso de rotura, incluso cuando todas las precauciones son tomadas a la hora de limpiar, las concentraciones de mercurio en la habitación donde una lámpara se rompe permanecen elevadas. Y es así porque el mercurio se adhiere a todo tipo de fibras textiles -alfombras, cortinas, ropa, etc.- que después pueden desprender vapores de mercurio durante mucho tiempo.
De hecho aunque gobiernos como el norteamericano, el canadiense y el británico han tratado de restar importancia al peligro de la rotura de estas bombillas sus recomendaciones por escrito no son precisamente tranquilizadoras. Y es que si las medidas aconsejadas por el Department for Environment, Food and Rural Affairs (DEFRA) antes descritas asustan lo que dice la Agencia de Protección de Medio Ambiente estadounidense aún es más preocupante por lo exhaustivo de sus explicaciones (lea el recuadro adjunto para comprobarlo). Especialmente en los casos de bebés y niños. Así lo explica el informe Shedding Light on Mercury Risks from CFL Breakage (Arrojando luz sobre los riesgos del mercurio en caso de rotura de las CFL) elaborado por el doctor Edward Groth para The Mercury Policy Project en febrero del 2008 : “Los bebés y niños pequeños –afirma el autor- son más vulnerables a las exposiciones de mercurio en el aire porque su pequeño tamaño corporal y sus tasas de respiración más rápida les hacen inhalar mayores dosis que las que un adulto obtiene de la inhalación de aire con la misma concentración de mercurio. El vapor de mercurio es más pesado que el aire y su concentración en el aire interior tiende a ser más alta cerca del suelo. Los bebés y niños pequeños gatean, se sientan, caminan, juegan y respiran sobre o cerca del suelo por lo que pueden estar más expuestos a los vapores de mercurio tras la ruptura de una CFL”.
Y, por supuesto, si las usa olvídese a partir de ahora de tirarlas a la basura cuando se fundan. En España los aparatos de alumbrado, las bombillas incandescentes y las bombillas de bajo consumo están sometidas desde el 2005 al Real Decreto 208/2005, de 25 de febrero, sobre aparatos eléctricos y electrónicos y la gestión de sus residuos que obliga a depositarlos en lugares precisos. “Cuando el usuario adquiera un nuevo producto –explica el Gabinete de Comunicación del Ministerio de Industria- el aparato de desecho puede entregarlo en el comercio en el que efectúe la nueva compra. Los ayuntamientos de más de 5.000 habitantes deben asegurar la recogida selectiva de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos procedentes de los hogares. Y los de menos de 5.000 habitantes se rigen de acuerdo con la normativa de su respectiva comunidad autónoma. Por cada bombilla se paga un cargo denominado Cargo RAEE (residuos de aparatos eléctricos y electrónicos) de 0,3 € destinados a su reciclado y recogida al final de su vida útil”.
Ahora bien, ¿siguen esa recomendación todos los que usan este tipo de bombillas? Vamos a omitir la respuesta porque es obvia pero los aludidos deberían saber que si terminan en un vertedero corriente el mercurio puede contaminar el aire y filtrarse en el suelo contaminando los acuíferos subterráneos. “Si terminaran en los vertederos varios miles de lámparas fluorescentes se plantearía un grave problema de salud –ha denunciado sin tapujos la doctora de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido) Michelle Bloor-. El mercurio podría escapar y entrar en la cadena alimentaria. (…) Y el problema es que muchos concejos municipales no saben qué hacer para deshacerse de las lámparas fluorescentes. Sólo 6 de los 17 con los que hablamos son conscientes de las normativas”.
EMISIONES RADIOELÉCTRICAS
En cuanto a las emisiones radioeléctricas lo hemos denunciado multitud de veces: no son inocuas. Son peligrosas para la salud. Dependiendo el riesgo de la distancia y la potencia. Y es que sus efectos biológicos van más allá de los simples y medibles efectos térmicos, los únicos oficialmente considerados tanto por la normativa española como por la europea. Lo cierto es que pueden causar, entre otros problemas, dolores musculares y articulares, dolores de cabeza, náuseas, trastornos del sueño, problemas respiratorios, erupciones, ansiedad, depresión y problemas neurodegenerativos y vasculares así como cáncer.
Dicho esto añadiremos que las bombillas de bajo consumo presentan emisiones radioeléctricas de alta frecuencia que en muchos casos pueden generar campos electromagnéticos superiores a los permitidos por la propia normativa oficial, ya de por sí muy permisiva. La energía de 50 Hz que toma un dispositivo de la red puede ser multiplicada en función de su uso. Por ejemplo, el horno microondas emite ondas electromagnéticas con una frecuencia de hasta varios GHz para poder cocinar; es decir, más de 1.000.000.000 Hz (mil millones de ciclos por segundo) a pesar de estar conectado a una toma de energía de 50 Hz. Pues bien, la bombilla de bajo consumo (CFL) utiliza en Europa energía eléctrica a una frecuencia de 50 Hz pero produce frecuencias mucho mayores. “La bombilla CFL –nos aseguraría Pablo Mata, responsable del Departamento I+D de New Energy Ways- necesita para su correcto funcionamiento producir una señal con una frecuencia que puede superar los 50.000 Hz. Es decir, más de 1.000 veces la frecuencia de la red eléctrica. El hecho de que una bombilla CFL genere frecuencias 1.000 veces superiores a los 50 Hz de nuestra red supone que los límites de referencia establecidos para 50 Hz por la International Commission on Non Ionizing Radiation Protection (INCIRP) ya no van a ser los únicos aplicables para la bombilla CFL porque a 50.000 Hz de frecuencia la perturbación que recibimos en nuestro organismo es más intensa que a 50 Hz”.
En julio del 2007 científicos y responsables de la organización española Arca Ibérica presidida por Enrique Sanz y miembros del Centre de Recherche et d’Information Indépendantes sur les Rayonnements ElectroMagnétiques (CRIIREM) dirigidos por el doctor Pierre Le Ruz realizaron en la población valenciana de Alcossebre un estudio sobre las bombillas de bajo consumo conectándolas a tomas eléctricas habituales (230 voltios- 10 amperios- 50 hertzios). Ambas organizaciones colaboran desde hace varios años en estudios sobre los efectos en la salud de los campos electromagnéticos radioeléctricos (entre 100 kilohertzios y 3 gigahertzios) tratando de conseguir un cambio de la normativa a nivel europeo. Pues bien, sus resultados demostraron que las bombillas de bajo consumo emiten, una vez encendidas, importantes radiaciones radioeléctricas mientras las bombillas clásicas, en las mismas condiciones (230 voltios y 50 hertzios) no emiten ninguna. Sus conclusiones fueron las siguientes:
-Que el ruido de fondo-radiofrecuencia “in situ” en campo libre en el marco de la experimentación es del orden de 0,2 V/m.
-Que las lámparas clásicas, sea cual sea la distancia de las medidas y su potencia (100, 60 o 40 vatios) no hacen variar significativamente el ruido de fondo-radiofrecuencia cuando están encendidas.
-Que las lámparas de bajo consumo, en función de su potencia (20, 15, 11, 7 y 5 vatios) y de la distancia de medición, elevan considerablemente las radiaciones radioeléctricas al encenderse. Por ejemplo, los valores detectados varían desde 180 V/m a 4 V/m en los 20 primeros centímetros para potencias de 20 a 11 vatios. Para potencias de 7 a 5 vatios estos valores son menores pero varían de 34 V/m a 2 V/m en los 20 primeros centímetros y hay que separarse un metro para volver al valor del ruido de fondo de 0,2 V/m.
Según el estudio la causa de la emisión de radiaciones radioeléctricas proveniente de las bombillas de bajo consumo estaría en los circuitos electrónicos integrados por numerosos componentes, alojados en los casquillos de las bombillas. Y a pesar de que un blindaje adecuado permitiría reducir las emisiones radioeléctricas los autores del estudio no encontraron ninguno en las bombillas de uso corriente estudiadas.
Algunas de las mediciones detectadas -sobre todo las registradas en la parte alta de la horquilla como 180 V/m o 34 V/m- están además muy por encima de la propia Recomendación del Consejo de Europa de 12 de julio de 1999 referente a la limitación de la exposición del público a los campos electromagnéticos cuyo nivel de referencia más severo es de 28 V/m y siempre para evitar sólo los efectos térmicos de las radiaciones radioeléctricas. Pueden llegar a ser pues hasta ¡300 veces superiores! a las últimas recomendaciones de los científicos que alertan de los peligros de los campos electromagnéticos para quienes el límite admisible biológicamente estaría en 0’6 V/m.
“También otros laboratorios –señalaría Pierre Le Ruz- han hecho pruebas que dieron lugar a conclusiones similares, con valores entre 80 y 380 voltios por metro cuando el valor límite en vigor es de 28 voltios por metro. Un problema que se plantea sobre todo a corta distancia y en el momento de la iluminación donde se registra un pico. Lo mejor es mantenerse pues a más de metro y medio de ellas”.
Incluso a la hora de proteger la “salud” de otros dispositivos electrónicos la normativa es más severa que para velar por la salud humana. En la Directiva 2004/108/CE del Parlamento Europeo y del Consejo relativa a la Compatibilidad Electromagnética (CEM) de los equipos electrónicos y eléctricos los niveles límite son de 3 V/m o, incluso, de 10 V/m con el fin de evitar cualquier perturbación electromagnética de equipos y sistemas.
Es decir, lo oficialmente recomendable para no estropear otros equipos electrónicos son 3 V/m. Y para proteger a las personas 28 V/m (lo que parece indicar que debemos ser bastante menos importantes que las máquinas). Bueno, pues resulta que algunas de las bombillas de bajo consumo pueden llegar en las proximidades de nuestra cabeza ¡a 180 V/m! No son de extrañar por tanto las recomendaciones finales de los autores del citado estudio que no dudan en decir: “Debido a los valores detectados correspondientes al funcionamiento de las lámparas de bajo consumo (230 voltios – 50 hertzios) hay que alertar seriamente a:
-Las personas que utilizan este tipo de lámparas -por ejemplo como lámpara de cabecera, muy cerca de sus cabezales, en sus mesas de trabajo o en sus despachos- porque pueden estar expuestas, según la distancia y potencia de esas lámparas, a unos campos eléctricos de 2 a 100 V/m e incluso más.
-Las personas que van equipadas con dispositivos de asistencia médica, activos o inactivos (marcapasos, dispositivos de administración de medicamentos, prótesis, clips venosos, aparatos auditivos …) porque pueden estar expuestas de forma instantánea, en el momento de la puesta en marcha de las lámparas de bajo consumo (230 voltios – 50 hertzios), a picos de campos eléctricos de 100 a 300 V/m e incluso más, y más tarde, en función de la distancia y de la potencia implicadas, a campos eléctricos de 2 a100 V/m. Resulta que los efectos de compatibilidad electromagnética (CEM) son temibles y que son posibles disfunciones e incidentes en los implantes médicos electrónicos, con consecuencias sanitarias importantes para las personas expuestas”.
“Las bombillas CFL –nos diría Pablo Mata- nunca deberían estar a menos de 40 cm de nuestro cuerpo si vamos a pasar cada día 8 o más horas junto a ellas. En cualquier caso es importante mantener siempre una distancia mínima de unos 30 cm. A mayor distancia menor intensidad de la perturbación y mayor garantía de salud para nosotros”. En suma, la distancia es muy importante pero no sólo no hay que tener bombillas cerca -sea en la mesilla de noche o en nuestra mesa de trabajo- sino que hay que tener en cuenta también que una persona de 1,70 metros de altura –por poner un ejemplo- tendrá la cabeza mientras camina -tanto en casa como en la oficina si en ambos sitios hay bombillas CFL- a menos de 50 cm de la fuente de emisión de alta frecuencia. Y es tan evidente el impacto que tienen estos campos electromagnéticos sobre los dispositivos eléctricos –no olvidemos que nuestro organismo funciona en base a impulsos eléctricos- que la propia General Electric realiza la siguiente advertencia en la parte posterior del embalaje de sus CFL: “Este producto cumple con la Parte 18 del Reglamento de la FCC pero puede causar interferencias en radios, televisores, teléfonos móviles y controles remotos. Evite colocar este producto cerca de estos dispositivos y si la interferencia se produce aún así aléjelo más del dispositivo o enchúfelo en otra toma de corriente. No instale este producto cerca de un equipo de seguridad marítima u otros dispositivos críticos para la navegación o equipo de comunicación que operen entre 0,45-30 MHz”. Es todo. De los delicados dispositivos de seguridad individuales como el corazón, el cerebro o el sistema nervioso nadie habla. Porque eso significaría admitir una realidad que pretende negarse y asumir claras responsabilidades legales.
“La promoción que se está haciendo de estas bombillas –nos diría Enrique Pérez, presidente de Arca Ibérica- es sencillamente irresponsable. Las presentan como una posible solución para el problema del calentamiento global y lo que están consiguiendo es generar o contribuir a uno mayor: el de la hipercontaminación por campos electromagnéticos. Y con todo ese problema podría ser menor en algunos casos que el causado por el mercurio de las lámparas”.
ELECTRICIDAD SUCIA
Además de las emisiones de radiación directa hay serios indicios de que los campos electromagnéticos emitidos por las CFL pueden viajar a lo largo de la instalación eléctrica exponiendo a las personas a la denominada electricidad sucia. “La electricidad sucia es un contaminante ubicuo –afirma Magda Havas, investigadora canadiense que ha estudiado profundamente la problemática de las CFL-. Fluye a lo largo de los cables y se irradia desde ellos”. Es decir, como estas altas frecuencias viajan a lo largo del tendido de nuestro hogar, oficina o escuela las personas no sólo quedan expuestas por su cercanía sino que pueden también resultar afectadas estando en otras habitaciones.
En un informe titulado Environmental and Health Concerns Associated with Compact Fluorescent Lights (Problemas medioambientales y de salud asociados con las CFL) que presentaron al Auditor General de Canadá en Junio del 2008 los doctores Magda Havas y Thomas C. Hutchinson -de la Universidad Trent (Canadá)- entre otras muchas consideraciones relacionadas con los problemas de las CFL abordaron también el problema menos conocido de la electricidad sucia. “Se ha demostrado que la electricidad sucia –afirman- afecta negativamente a la salud humana. Un estudio reciente sobre cáncer -A New Electromagnetic Exposure Metric: High Frequency Voltage Transients Associated With Increased Cancer Incidence in Teachers in a California School- efectuado en una escuela de California asoció un mayor riesgo de cáncer entre los docentes a la electricidad sucia. Los maestros que enseñaban en las aulas donde existía electricidad sucia por encima de 113 KHz tuvieron un aumento de riesgo de cáncer de 5 veces (riesgo relativo 5,1) estadísticamente significativo. Los maestros que no enseñaban en esas aulas tenían un riesgo de 1,8. Las bombillas CFL generan cerca de 300 unidades de electricidad sucia”. Por lo que concluirían: “Es evidente que una casa llena de bombillas de este tipo podría tener graves consecuencias para la salud”.
Los investigadores aportan otro ejemplo significativo: en una escuela del estado de Wisconsin (EEUU) cuyos habitantes sufrían el Síndrome del edificio enfermo una vez la calidad de la potencia eléctrica se mejoró con filtros de línea conectados a las salidas de corriente la salud de estudiantes y profesores mejoró notablemente. Eliminada la electricidad sucia sólo 3 de los 37 alumnos que sufrían de asma y utilizaban inhaladores a diario volvieron a requerirlos… y sólo para asma inducida por el ejercicio. “Si algunas CFL –señalan los investigadores- producen electricidad sucia y ésta está asociada con la enfermedad es evidente que estas bombillas deben ser rediseñadas”.
EMISIONES ULTRAVIOLETAS Y OTROS PROBLEMAS
El vapor de mercurio existente en las CFL, al ser excitado eléctricamente, emite radiación ultravioleta que al interactuar con las sustancias químicas del interior de la bombilla genera luz. Según Philippe Laroche -responsable de Relaciones con los Medios del Ministerio de Sanidad canadiense- las CFL, a diferencia de las lámparas de tubos fluorescentes, no tienen difusores para filtrar la radiación ultravioleta. “Por tanto –afirmaría- puede haber problemas de sensibilidad cutánea, especialmente en personas con determinadas enfermedades de la piel”.
Según la BBC la propia Health Protection Agency (HPA) británica ha advertido del riesgo de estar a menos de 30 cm de estas bombillas durante mucho tiempo. Y aunque luego han aparecido “expertos” que han intentado quitar hierro al asunto diciendo que no existen pruebas de que supongan una amenaza de cáncer la citada agencia ha manifestado que pedirá que se investiguen los bulbos de las CFL –de distintas formas y tamaños- tras recibir la protesta de varios grupos que representan a personas que sufren problemas de sensibilidad a la luz.
También la British Association of Dermatologists se ha pronunciado contra estas bombillas ante las quejas de reacciones adversas presentadas por sus pacientes y ha solicitado al Gobierno que una vez se legisle el cambio obligatorio de bombillas se permita a las personas con problemas de piel seguir utilizando las clásicas.
“Estamos preocupados –aseguró el profesor Harry Moseley- por los riesgos para los pacientes sensibles a la luz que tienen severos trastornos de piel. El pequeño nivel de rayos ultravioletas emitidos por algunas bombillas de bajo consumo de energía podría ser perjudicial para estos pacientes. Recomiendo el uso de las luces con un escudo protector para absorber los rayos ultravioletas”.
Y no son los únicos que advierten de este peligro. Otras organizaciones como -Migraine Action Association o Epilepsy Action- están solicitando en Gran Bretaña una reevaluación de las medidas. Y el Department for Environment, Food and Rural Affairs (DEFRA) -encargado como antes dijimos de la protección ambiental en el Reino Unido- no deja de recoger informes de problemas que parecen tener su origen en las nuevas bombillas CFL.
La BBC contó hace poco tiempo el caso de Adrian Nielsen, un varón de 63 años que poco después de instalar bombillas CFL en su casa comenzó a tener problemas en los ojos. Neisen se había operado en el 2000 con láser para solucionar sus problemas de visión y nunca más había vuelto a tener problemas hasta que decidió cambiar las bombillas de su domicilio. Los ojos enrojecieron, su parpadeo era constante y las molestias –los sentía como si estuvieran llenos de arena- se volvieron insoportables. Primero le diagnosticaron algún tipo raro de conjuntivitis y después ojos secos pero ningún medico consiguió curarle. La irritación se prolongó hasta que comenzaron sus vacaciones y se fue a Creta. Allí sus ojos sanaron… pero al volver a casa el problema reapareció. No fue sin embargo consciente de la causa de lo que le pasaba hasta que leyó en un periódico la historia de una mujer que había solucionado sus mismos problemas ¡cambiando de nuevo en casa las bombillas CFL por las antiguas incandescentes! Así que hizo lo mismo y sus problemas terminaron.. “Yo no había pensado que podía ser la luz –declaró Neisen-. Desde entonces me fijo de los lugares en donde las tienen. En el bar las tienen y si estoy en él una hora comienzan los problemas en mis ojos. He ido a las empresas donde tienen esta nueva iluminación y mientras esperaba sentado todo comenzaba de nuevo y de repente. Creo que el problema tiene que ver con el pulso que sale de la luz fluorescente”.
Y también pueden provocar migrañas. La Migraine Action Association afirma que es a causa del parpadeo aunque éste sea imperceptible para la vista. Las bombillas incandescentes, en cambio, funcionan a una frecuencia de red de 50 Hertz y no generan centelleos o parpadeos. La luz se mantiene constante, continua y natural. El filamento es demasiado pesado como para reaccionar a la frecuencia de la red. Tarda un rato en apagarse y, por consiguiente, se evita el parpadeo. Por el contrario, en los tubos fluorescentes el material del interior del tubo no es nada pesado y reacciona constantemente a la frecuencia apagándose y encendiéndose; parpadea y centellea como en una discoteca. Y eso puede producir reacciones neurológicas. De hecho los expertos avisan que personas con tendencia a la epilepsia pueden tener síntomas parecidos a los de un ataque. Y los fabricantes lo saben porque precisamente para intentar evitar que eso se produjera colocaron en las CFL conmutadores electrónicos que al mismo tiempo que aumentan la frecuencia debieran acabar con los centelleos. Sin embargo lo que parece haberse conseguido es impedir su detección visual, no el hecho de que se produzcan. El biólogo de construcción e ingeniero Norbert Honisch afirma que sigue produciéndose el parpadeo. Simplemente no se ve porque son procesos tan rápidos que no se pueden visualizar pero el parpadeo sigue existiendo e irritando biológicamente. Y los síntomas descritos para otros tubos fluorescentes pueden acabar siendo comunes para las CFL: presión en la cabeza, mareos, malestar en general, debilidad, temblores, nerviosismo, miedo, sensación de frío, daños neurológicos, hipoglucemia…
Y para colmo de males la calidad de la luz de las CFL es mala. Muy mala. El espectro de luz, es decir, el reparto de los diferentes pigmentos es muy deficiente en los minitubos fluorescentes. La luz es más deficiente que en las iluminaciones tradicionales. Obviamente la mejor luz es la diurna. Siendo luego la bombilla halógena la más cercana a la naturaleza y equilibrada en relación al reparto del espectro de la luz. Es más, tienden un poco a la rojez -como en la luz del amanecer o del atardecer- lo que les otorga un cierto calor y sensación agradable. Las CFL y sus hermanos mayores, los fluorescentes, salen en cambio muy mal parados en la comparación. Su espectro de luz es poco homogéneo y poco natural, distorsiona ciertos colores y disminuye los otros. Su luz no es ni armónica ni saludable.
David Adams, portavoz del Royal National College for the Blind de Hereford (Reino Unido), denunció en la BBC que las CFL van a hacer la vida más difícil a las personas con problemas en la vista como consecuencia de la luz difusa que generan frente al alto grado de contraste de las bombillas tradicionales. Lo que corroboraría el ya citado Larry Benjamin -del Royal College of Ophthalmologists- quien declaró -como adelantamos al principio de este reportaje- que “las bombillas incandescentes son una brillante fuente de iluminación general y es preocupante saber que si desaparecen nuestros pacientes no podrán tener el mismo nivel de iluminación en sus hogares. Porque hay evidencias de que una baja iluminación puede dar lugar a un mayor número de caídas en personas con baja visión”.
LAS LED
Y encima no está tan claro que exista un ahorro real. La energía consumida para fabricar una CFL – debido a sus componentes- es mucho mayor que la que se necesita para una bombilla incandescente. Además las CFL emiten menos calor por lo que aunque en un hogar el impacto sea mínimo a gran escala podría suponer tener que aumentar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) al obligar a los sistemas de calefacción de petróleo o gas a funcionar con más frecuencia. Y el efecto en el caso de la refrigeración será a la inversa durante los períodos de calor. En el 2007 un investigador en recursos naturales de Canadá calculó el impacto de sustituir cinco bombillas incandescentes de 77 vatios utilizadas tres horas al día por otras CFL de 19 W y el resultado fue que las primeras redujeron la necesidad de aire acondicionado en 55 kilovatios hora (kWh) mientras las segundas aumentaron la necesidad de calefacción en 184 kW h. Sólo generaron un ahorro anual de ¡12 dólares! El estudio fue publicado por la Canada Mortgage and Housing Corporation (CMHC). Luego, ¿alguien cree aún en serio que se justifica exponer a todos los españoles a los riesgos para la salud aquí apuntados cuando el ahorro real de instalar las bombillas CFL sería de dos dólares y veinte centavos al año por bombilla?
Aunque lo más sangrante es que de haber querido hacer una auténtica apuesta por una energía limpia a la par que saludable se debió haber escogido las lámparas LED -acrónimo del inglés Light-Emitting Diode (Diodo emisor de luz)-. Consumen un 92% menos que las bombillas incandescentes de uso doméstico común y un 30% menos que la mayoría de los sistemas de iluminación fluorescentes. Y además pueden durar hasta 20 años. “En pocos años –nos aseguraría Pablo Mata- la tecnología LED multiplicará sus prestaciones dejando en segundo plano cualquier otra tecnología luminosa debido a su alto rendimiento, larga vida útil (hasta 100.000 horas) y carencia de sustancias tóxicas. Las bombillas LED no emiten además luz infrarroja ni ultravioleta, no parpadean y tienen un consumo estable durante el encendido o apagado siendo por ello las de menor consumo del mercado”.
¿Sorprendido? Ciertamente hoy por hoy se trata de bombillas más caras -el precio de una LED ronda los 10 euros frente a los 3 de la CFL- pero es de suponer que con una adecuada inversión y un alto consumo los precios podrían reducirse considerablemente. Además el coste del kilovatio/h de una LED sale en torno a 16,80 euros mientras la CFL es de 126. La organización Next Up -que apoya las iniciativas del grupo Bioinitiative- ha calculado que sustituir en Francia todas las bombillas actuales por lámparas CFL supondría dividir su factura energética por 4 pero hacerlo por lámparas LED la dividirla por 24. Son pues, sin lugar a dudas, la alternativa real y limpia.
“Las lámparas fluorescentes compactas de energía eficiente comercialmente disponibles –asegura la doctora Havas- generan radiación de radiofrecuencia, radiación ultravioleta y electricidad sucia, contienen mercurio -conocido neurotóxico- y están provocando que algunas personas enfermen, incluidos quienes sufren de migrañas, epilepsia, problemas de piel y sensibilidad a los aparatos eléctricos. En lugar de promover las bombillas fluorescentes compactas los gobiernos de todo el mundo deben insistir en que se fabriquen bombillas que sean electromagnéticamente limpias y no contengan productos químicos tóxicos. Algunas están disponibles (LED) pero aún no son asequibles. Con un número creciente de personas manifestando electrohipersensibilidad tenemos un grave, emergente y recientemente identificado riesgo para la salud que puede empeorar hasta que nuevas regulaciones restringiendo la exposición a contaminantes electromagnéticos sean aplicadas”.
En suma, por lo que a nosotros se refiere, señor ministro, quédese usted con su envenenado “regalo”.
¿Qué hacer si se rompe una bombilla de bajo consumo CFL?
Éstas son las normas de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos en caso de rotura de una bombilla de bajo consumo o CFL:
Antes de la limpieza: airear la habitación:
-Las personas y animales domésticos deben abandonar de inmediato la habitación sin que nadie camine al salir por la zona de la rotura.
-Abra una ventana y abandone la sala durante 15 minutos o más.
-Apague el sistema central de calefacción-aire acondicionado en caso de que lo haya.
Medidas para reforzar la limpieza de superficies duras:
-Recoja cuidadosamente los trozos de vidrio y polvo usando un papel rígido o cartón y colóquelos en un frasco de vidrio con tapa de metal -por ejemplo, un tarro de conservas- o en una bolsa de plástico sellada.
-Utilice una cinta adhesiva para recoger los restos de los fragmentos de vidrio y polvo más pequeños.
-Limpie el área afectada con toallas de papel húmedo o toallitas húmedas desechables y luego deposítelas en un frasco de vidrio o bolsa de plástico.
-No use aspiradora o escoba para limpiar la bombilla rota sobre superficies duras.
Pasos de limpieza para alfombras o alfombras:
-Recoja cuidadosamente los fragmentos de vidrio y colóquelos en un frasco de vidrio con tapa de metal -por ejemplo, un tarro de conservas- o en una bolsa de plástico sellada.
-Utilice cinta adhesiva para recoger los restos de los fragmentos de vidrio y polvo más pequeños.
-Si es necesario pasar la aspiradora una vez los materiales visibles han sido retirados pásela por el área donde la bombilla se rompió.
-Retire la bolsa de la aspiradora -vacíe y limpie el filtro además- y ponga ésta o los desechos en una bolsa de plástico sellada
Pasos a seguir para la limpieza de ropa, ropa de cama y otros materiales blandos:
-Si la ropa u otros materiales de la cama entran en contacto directo con el vidrio roto o el polvo de mercurio contenido en el interior de la bombilla debe tirarla. No lave la ropa porque los fragmentos de mercurio en la ropa pueden contaminar la máquina y / o contaminar las aguas residuales.
-Sí puede lavar la ropa y aquellos otros materiales que hayan estado expuestos al vapor de mercurio; por ejemplo, la que llevaba cuando limpió la CFL rota. Pero siempre que las prendas de vestir no hayan entrado en contacto directo con los materiales de la bombilla rota.
-Si los zapatos entran en contacto directo con los vidrios rotos o con el polvo de mercurio contenido en la bombilla límpielos con toallas de papel húmedo o toallitas húmedas desechables. Luego coloque las toallas o paños en un frasco de vidrio o bolsa de plástico para su eliminación.
Eliminación de los materiales de limpieza:
-Coloque de inmediato todos los materiales de limpieza al aire libre en un contenedor de basura o área protegida.
-Lávese bien las manos tras deshacerse de los frascos o bolsas de plástico que contengan los materiales de limpieza.
-Verifique con su gobierno estatal o local los requisitos para la eliminación de los residuos en su área específica. Algunos estados no permiten echar estos residuos en la basura sino que exigen que los bulbos que contienen el mercurio –los rotos y los no rotos- sean llevados a un centro de reciclaje local.
Limpieza futura de alfombras o moqueta: airee la habitación durante y después de pasar el aspirador.
-Las siguientes veces que pase el aspirador cierre el sistema central de calefacción-aire condicionado y abra una ventana antes.
-Mantenga cerrado el sistema central de calefacción-aire acondicionado y la ventana abierta al menos 15 minutos después de pasar la aspiradora.
Antonio F. Muro
Fuente: DSALUD