Imagine una alarma de coche que se disparara cada dos por tres sin motivo; un semáforo que casi siempre estuviera en rojo; o un sistema de emergencia que avisara continuamente de que existe peligro. No sólo dejaría de ser útil sino que acabaría interfiriendo en la seguridad y sembrando el caos. Pues algo semejante sucede en el cerebro de las personas que padecen dolor crónico; los estímulos se procesan de forma diferente y lo que en principio tendría que ser un mecanismo de defensa, acaba por convertirse en un pesado lastre. Es como si la alarma permaneciera continuamente activada y saltara aunque, a priori, no exista ninguna razón para que se dispare.
¿Cómo medir el dolor? ¿Cómo procesa esta experiencia sensorial el cerebro de las personas que sufren este trastorno? ¿Funciona de manera diferente en ellas? Y tras años de padecer este síndrome ¿qué ocurre en el cerebro? ¿Tiene, por decirlo de alguna forma, efectos secundarios? ¿Qué estrategias pueden mitigarlo y mejorar su calidad de vida? El Grupo de Neurodinámica y Psicología Clínica del IUNICS (Instituto Universitario de Investigación en Ciencias de la Salud) lleva más de una década buscando respuestas a todos estos interrogantes. Al frente del equipo se encuentra Pedro J. Montoya, catedrático de Psicobiología de la UIB.
Se considera crónico un dolor que se sufre durante más de seis meses seguidos, sin que ningún tratamiento médico lo solucione. Los pacientes aquejados por este trastorno acuden a las consultas porque experimentan generalmente cansancio y dolor muscular. Se les realizan las pruebas más habituales (radiografías o análisis de sangre y orina) que no detectan problemas físicos. Pero, frente a esta aparente normalidad, los síntomas persisten y terminan alterando seriamente la vida de los afectados que acaban deprimidos, ansiosos y con problemas de memoria y concentración.
El dolor sin causa aparente: la fibromalgia
En el caso de síndromes de este tipo, como puede ser la fibromialgia (FM), esta percepción continua del estímulo doloroso acaba afectando negativamente al paciente. La prolongación en el tiempo del dolor deja huella y tiene consecuencias desde el punto de vista neurofisiológico. «Se produce una disminución en el volumen de sustancia gris en comparación con sujetos sanos. Incluso hay signos de envejecimiento prematuro», señala Montoya, y es que, 10, 20 o 30 años de dolor crónico acarrean efectos colaterales.
Su grupo de investigación se encuentra en una fase avanzada en la demostración de que el dolor crónico provoca una pequeña atrofia en determinadas regiones del cerebro, confirmada estadísticamente y con datos cuantificados a partir de las exploraciones de este órgano mediante herramientas como las resonancias magnéticas funcionales, los electroencefalogramas, las magnetoencefalografías o las técnicas de estimulación magnética transcraneal. «Hemos observado un deterioro del circuito por el que se comunica el dolor entre las diferentes partes del cerebro –llega al tálamo desde los nervios periféricos y alcanza la corteza somatosensorial, el lóbulo frontal y el parietal–;por lo que la hipótesis de que el dolor continuado acaba alterando la forma de funcionar del cerebro está cada vez más confirmada», indica Montoya.
Este grupo de investigación se ha concentrado sobre todo en el estudio de los pacientes diagnosticados con síndrome de fibromialgia. Se trata de personas con un historial largo y desesperante, que presentan un cuadro de padecimiento difuso y generalizado de dolor en diversas partes del cuerpo, indetectable a través de las pruebas médicas más comunes.
El porcentaje de población afectada, mayoritariamente mujeres, se encuentra entre los 20 y 65 años, y en bastantes casos se encuentran en conflicto con los tribunales médicos ya que no consiguen unos datos cuantificables sobre su dolor.
Diferentes estudios calculan que en España, aproximadamente, un 20% de la población en edad de trabajar padece dolor crónico lo que acarrea importantes repercusiones de salud, sociales y laborales –se estima que un paciente aquejado de esta dolencia pierde unas tres horas diarias de productividad–. «El objetivo, según explica este investigador, es entender su conducta, su forma de pensar y las estrategias que aplican para solucionar su problema».
El punto de partida de la investigación es que el funcionamiento cerebral es anómalo. Y para demostrarlo, los investigadores se sirven de dos niveles combinados de actuación: el psicológico, que consiste en administrar una amplia batería de cuestionarios que el paciente debe contestar; y el fisiológico, mediante el estudio clínico de su actividad cerebral que se compara con la de sujetos sanos.
Descripción del dolor
Así, a través de entrevistas, los investigadores exploran no sólo la duración del dolor o su frecuencia sino cómo la persona lo describe. Si usa adjetivos de tipo emocional/afectivo, como terrible u horrible –que son algunos de los epítetos más habituales en los afectados por fibromialgia– o si más bien recurre a expresiones de tipo sensorial, como hormigueos o sensación de electricidad –más comunes en los pacientes aquejados de artritis reumatoide–, por citar otro caso muy extendido.
También estudian qué tipo de estrategias emplean los pacientes para combatirlo: si toman la iniciativa o si buscan soluciones fuera de sí mismos, por ejemplo en las creencias religiosas, ya que de este primer paso se puede extraer importante información sobre qué tipo de dolor es, cómo es percibido y qué intensidad alcanza. De todas estas indagaciones se deriva un informe de evaluación neuropsicológica del dolor y una serie de recomendaciones terapéuticas que se dirigen al médico que les ha remitido el paciente.
La otra parte del trabajo de este grupo se realiza en el laboratorio y se centra en la fisiología del paciente y en las modificaciones que el dolor crónico provoca en su actividad cerebral. Y a partir de las exploraciones del cerebro se ha observado que deja huella, confirmando que el dolor crónico altera su forma de funcionar.
En cuanto a estrategias dirigidas a cambiar el funcionamiento del cerebro se ha comprobado que la técnica de retroalimentación o neurofeedback permite entrenar al paciente a aumentar o rebajar el nivel de actividad cerebral en determinadas áreas mediante la visualización de imágenes. Las imágenes placenteras producen una disminución de la actividad vinculada a la percepción del dolor y el efecto positivo en el paciente es inmediato ya que se reduce el nivel de tensión muscular y, entrenando con esta técnica, se logra atenuar la sensación dolorosa.
Siguiendo esta línea, el grupo tiene, entre sus proyectos en marcha, uno dedicado a mejorar el tratamiento con realidad virtual para pacientes con fibromialgia. Las nuevas tecnologías son de gran ayuda, ya que para este tipo de trastornos se podrían llegar a desarrollar tratamientos on line administrados vía Internet.
La Unidad de Investigación y Diagnóstico Neuropsicológico del Dolor Crónico está involucrada en trasladar los resultados de sus estudios a la práctica clínica. Por ello, ofrecen la posibilidad de realizar una evaluación psicofisiológica del dolor crónico y proporcionar estrategias terapéuticas a los pacientes. «Si no podemos eliminar totalmente el dolor, sí podemos aportar al paciente la esperanza de mejorar su calidad de vida», concluye Montoya.
FUENTE:http://www.elmundo.es/elmundo/2010/11/30/baleares/1291103683.html