Dos enfermos de síndrome químico múltiple narran su calvario para lograr un diagnóstico y para convivir con su mal. «Me han robado la vida», afirma Mario tras años de lucha en los juzgados
ESTHER CELMA
REUS
Mario Arias, vecino de Reus de 54 años, trabajaba en la brigada de mantenimiento de carreteras de la Generalitat en Tarragona. El camión lo lavaban cada dos o tres meses con un disolvente de benceno industrial. «Hasta que un viernes quedó una nube tóxica en la cabina todo el fin de semana. Y el lunes fui de Reus a Flix, hora y media respirando veneno sin saberlo», explica.
Ahí, hace 10 años, empezó todo, dice. Ahogos, mareos, fatiga, dificultades para concentrarse, dolores musculares. «Y el desconcierto de no saber qué te pasa», añade Mario. «Estuve tres años trabajando en estado de shock tóxico porque nadie sabía qué me sucedía exactamente», recuerda. Se supo a fuerza de denuncias y de tesón: «Me diagnosticaron alergia a las gramíneas, pero el alergólogo se convenció de que no era eso al ver los partes del hospital conforme yo tenía crisis todo el año, y entonces investigó a fondo mi caso».
En la brigada eran siete hombres. Uno ha muerto, otro está enfermo, a otro le operaron y en ese punto, Mario se interrumpe. «Yo fui el único que denunció, y aunque tengo mis sospechas, tampoco soy quién para decir que ellos también cayeron enfermos por culpa de eso», matiza.
Descrédito personal
Mientras siguió trabajando, Mario notaba como se iba «debilitando cada vez más», hasta el punto de temer por su puesto de trabajo: «Me gané fama de vago y de cuentista porque no podía rendir de ninguna manera». Tras un periplo judicial iniciado en el 2004, el pasado noviembre el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TSJC) le reconoció «daños en la salud física y psíquíca». Está pendiente la sentencia por daños morales: «He pasado por todo un descrédito personal y me han robado la vida», resume Mario.
Su matrimonio ha sobrevivido, pero su círculo personal se ha reducido al mínimo: «Los amigos te dejan de lado porque se te hace imposible seguir su ritmo. Y ahora vivo en un mundo paralelo, al margen de todo; es muy complicado protegerse de un mundo repleto de productos químicos», asegura. Pero hay algo aún peor: « Cada vez somos más los afectados y el sistema nos ignora, no existimos».
El caso de Mario es el de un síndrome químico múltiple (SQM) adquirido por una exposición intensa y corta a sustancias químicas. Lola Contra, en cambio, desarrolló el SQM a lo largo de 20 años, por exposición a pequeñas dosis. Se lo diagnosticaron en el 2008. Antes pintaba y restauraba muebles por afición. «No sé cuál fue el foco inicial. Sé que cuando me da un ataque, es como si alguien viniera por la espalda y me asfixiara con una bolsa de plástico en la cabeza», dice.
Lola, de 55 años y también de Reus, es profesora de lengua y literatura catalanas en un instituto de la ciudad. «Me encanta dar clases, pero cada curso tengo que cogerme un tiempo de baja. Ya veremos cuánto aguantaré trabajando», explica, aunque ha logrado que en el instituto « hayan cambiado los productos de limpieza por otros más ecológicos y no echen ambientador». Poco a poco, va pasando de ser «la maniática y la rara» a que la entiendan, «porque por desgracia cada vez hay más casos».
En el bolso, Lola siempre lleva una mascarilla: «Ya no tengo manías para salir huyendo de un sitio si noto que hay riesgo. Antes me pesaba más el qué dirán». Le preocupa que «se haya impuesto que lo limpio tiene que oler a limpio, productos aromatizados, ambientadores, suavizante en la ropa, perfumes... Es añadir más y más productos químicos innecesarios, sin saber qué son ni cómo reaccionan entre ellos». El hogar, advierte, «concentra más contaminación que la calle».