20 DE FEBRERO DE 2013
Isaac Rosa *
Somos muchos los que alguna vez hemos mandado un escrito a la sección de ‘Cartas al director’ de algún periódico para dar las gracias al personal de un centro sanitario por la atención recibida por nosotros o nuestros familiares, porque nos salvaron la vida o nos hicieron más humano el tiempo de hospitalización.
Pero últimamente abunda en los medios otro tipo de cartas, que son el reverso negro de las anteriores. Escritos de pacientes o familiares que relatan el retraso fatal de una ambulancia, la complicación de un problema mal diagnosticado, la falta de personal, el deterioro de las instalaciones, la espera prolongada para una prueba o una intervención vital, o la desatención a los pacientes, como denunció la actriz Candela Peña en los Goya.
Es verdad que antes también había cartas así (pues la privatización y el deterioro vienen de antiguo), del mismo modo que hoy sigue habiendo cartas del primer grupo. Pero la proporción entre unas y otras se está invirtiendo a marchas forzadas. Sin necesidad de escribir una carta, cualquiera que haya pasado por un centro sanitario en los últimos tiempos puede percibir signos de deterioro galopante, en la falta de recursos, en el personal más agotado y estresado, en las esperas prolongadas. Y si no lo han sufrido en carne propia, habrán oído a médicos denunciando problemas por retrasos en pruebas diagnósticas, falta de medios o tratamientos denegados.
Es ya una frase hecha esa de que los recortes y privatizaciones sanitarias afectan a la calidad asistencial. La repetimos a menudo, pero es una expresión fría, burocrática, que encubre la realidad. Porque “calidad asistencial” cuando hablamos de sanidad quiere decir sufrimiento, dolor y muerte. Mejorar la calidad asistencial significa menos sufrimiento, menos dolor, menos muerte. Empeorar la calidad asistencial significa más sufrimiento, más dolor, más muerte. De modo que, si hacemos caso a los estudios y experiencias previas, sabemos que nos espera más sufrimiento, más dolor y más muerte. Llamemos a las cosas por su nombre.
“Afectar a la calidad asistencial” puede ser una ambulancia que no llega a tiempo, un hospital con una máquina de diagnóstico averiada durante meses, un laboratorio que se queda sin reactivos y obliga a repetir pruebas dolorosas, un enfermo mal valorado que es enviado de vuelta a casa y acaba muriendo, un paciente crónico que debe trasladarse decenas de kilómetros para un tratamiento habitual, errores de diagnóstico más frecuentes, pacientes desatendidos. No me invento nada, son formas de “afectar a la calidad asistencial” que ya están pasando, que he leído recientemente en esas cartas que van llenando los periódicos.
¿Estoy dramatizando por hablar de sufrimiento, dolor y muerte? Se nos acusa a menudo de dramatizar con las consecuencias de los recortes y privatizaciones, pero yo creo que, al contrario, deberíamos empezar a ponernos dramáticos de verdad, abandonar las frases hechas y los tecnicismos. Yo prefiero dramatizar ahora y no dentro de diez años, cuando tengamos investigaciones que, como la reciente en el hospital británico de Staffordshire, nos hablen de muertes que se pudieron evitar, sufrimiento gratuito y desatención a los enfermos debido a “una gestión que primaba la consecución de ”objetivos económicos por encima de la calidad del servicio”.
El horror de aquel hospital británico puede ser algo excepcional, un caso aislado, pero la rotunda conclusión de la investigación resume algo que ya está ocurriendo hoy aquí: estamos primando “objetivos económicos por encima de la calidad del servicio”. La reducción del déficit por encima de cualquier otro objetivo (tal como obliga Europa y establece la reforma constitucional de PSOE y PP) significa eso: que antes que reducir el dolor, el sufrimiento y la muerte, cumpliremos el objetivo de déficit.
Por ahora, el subgénero epistolar de que hablaba al principio está en transición, desde las cartas de agradecimiento a las de denuncia, y el resultado son cartas mixtas: denuncias con agradecimiento, relatos de casos en que el dolor, el sufrimiento o la muerte provocadas por los recortes fueron contenidos, aliviados, revertidos por la entrega generosa de los profesionales sanitarios, que van tapando los agujeros como pueden. Pero no podremos seguir así mucho tiempo, confiando en que la entrega de los trabajadores compensen las carencias y deficiencias del sistema. No necesitamos médicos superhéroes en hospitales deteriorados, como tampoco necesitamos profesores superhéroes en escuelas degradadas.
El único heroísmo que debemos pedir a los profesionales es que no se dobleguen. Las privatizaciones y cambios pueden hacerse sin contar con los ciudadanos (que por algo somos “pacientes”), pero difícilmente sin contar con los médicos. Cualquier cambio profundo necesita su colaboración, por activa y por pasiva. Las presiones serán enormes, ya lo son, tanto en negativo (precarización, amenazas, pérdida de derechos) como en positivo (incentivos para participar en las nuevas formas de gestión, salario vinculado a objetivos, etc.). Ese es el heroísmo que exigimos, para el que debemos estar junto a ellos en las mareas, sin un paso atrás: que no colaboren, que resistan.
Fuente:
http://www.cuartopoder.es/tribuna/sanidad-pongamonos-dramaticos/3962
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