Por el Dr. Sergio E. Schlimovich – Agosto 23, 2012
Durante los últimos 50 años la sociedad se ha ido transformando profundamente. La industrialización, la tecnificación y los avances en los sistemas y medios de producción han modificado notablemente el estilo de vida de las personas y, especialmente, su alimentación. Además, estos cambios han ido acompañados de la aparición y liberación al medio ambiente de un gran número de sustancias, que en muchos casos, y por muy diversas vías, han llegado a incorporarse en los alimentos. Muchas de estas sustancias son tóxicas, e ingeridas en determinadas cantidades pueden tener efectos nocivos para la salud de la población.
Algunas de estas sustancias se originan como consecuencia de las actividades propias del sistema de vida actual: la utilización de combustibles fósiles, la incineración de residuos, la extracción de minerales. Otras, en cambio, son producto de actividades industriales concretas como plaguicidas, refrigerantes de aparatos eléctricos y retardantes de llama para fabricar electrodomésticos, por citar algunos ejemplos.
En la actualidad, tanto la producción, recolección, manipulación y distribución de alimentos viene determinada por una dinámica economicista donde importa poco la calidad de lo que comemos, ni el contexto en el que son producidos. Hoy, lo que interesa es hacer un producto rentable, dejando la salud de la población en el olvido.
La contaminación implica la presencia de sustancias indeseables y, en la inmensa mayoría de los casos, los alimentos no cambian su aspecto u otras de sus características por lo que la contaminación no puede reconocerse a simple vista y pasa inadvertida para la mayoría de la población.
Los más preocupantes
Los contaminantes químicos representan las sustancias más nocivas para la salud y la biodiversidad, en particular, un grupo especial de químicos ambientales que se acumulan dentro de los organismos vivos y persisten en el ambiente por largos períodos (20-30 años). Se pueden encontrar en los alimentos y el agua y, también, en el aire, el suelo, y los objetos que utilizamos a diario. Para referirse a esta variedad de químicos tóxicos ambientales, distintas fuentes y autores han utilizado diversas denominaciones: Contaminantes tóxicos persistentes (CTP); compuestos orgánicos persistentes (COP); sustancias tóxicas persistentes (STP); químicos tóxicos persistentes (QTP); o sustancias tóxicas bioacumulativas persistentes (TBP). Otras fuentes hacen referencia a COP y otros contaminantes tóxicos persistentes.
Químicos que alteran las hormonas
Curiosamente, siendo los contaminantes químicos en los alimentos los de mayor preocupación debido su peligrosidad, no existen muchos estudios que comprueben sistemáticamente su presencia en los alimentos, pero bien se sabe que son muy numerosos y se encuentran en nuestra dieta de todos los días. A través de ella llegan y se almacenan en nuestro organismo donde ejercen sus efectos nocivos, muchos de ellos irreversibles.
Las evidencias
En 1999, un informe conjunto presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Administración de Alimentos y Drogas de Estados Unidos (USFDA), en el marco del Programa de Seguridad Alimentaria, resume una lista de los principales contaminantes alimentarios en aquel entonces (1). Por ejemplo, entre ellos se destacan varios pesticidas (aldrín, endrín, dieldrin, dicloro difenil tricloroetano, endosulfan, hexaclorociclohexano, hexaclorobenceno, heptacloro, policlorobifenilos) presentes en la leche entera, manteca, grasas y aceites animales, cereales y leche humana. Otro ejemplo es la presencia de plomo en la leche, carne fresca enlatada, riñones, cereales, frutas en conserva, condimentos, zumo de frutas, alimentos de bebés, refrescos, vino y agua envasada.
La evaluación global del estudio de Catalunya concluye que, en el conjunto de alimentos analizados se observa que los contaminantes orgánicos persistentes (COP) se encuentran en concentraciones más elevadas en el grupo de pescados y mariscos -siendo más altas en las especies con mayor proporción de grasa- seguida de los aceites y grasas, y de los productos lácteos. Dado al carácter lipofílico (fuerte adhesión a las grasas) de los COP, las concentraciones más elevadas se encuentran en alimentos con un mayor contenido en grasa. Le siguen los naftalenos policlorados (NPC) -que se encuentran en concentraciones más elevadas en aceites y grasas, seguidos de los cereales- y el hexaclorobenceno (HCB). Los alimentos que presentan mayores concentraciones de HCB son los productos lácteos seguidos del pescado. Los hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP) se encuentran en concentraciones más elevadas en el grupo de los cereales y las grasas, siendo los cereales los que hacen una mayor contribución en la ingesta diaria de HAP. En cuanto a los metales, los alimentos con mayor contenido son pescados y mariscos, debido a la elevada concentración de arsénico, seguido de las grasas y cereales. Los alimentos con mayor concentración de mercurio son también pescados y mariscos, productos donde este elemento se encuentra principalmente en forma orgánica, concluye el estudio (2).
La contaminación no es solo en la agricultura
Existen pocos estudios dedicados a determinar la presencia de contaminantes tóxicos persistentes (CTP) en los tejidos y órganos de animales bovinos y avícolas; no obstante, se presume que se encuentran muy difundidos entre los animales -como se ha observado en la vida silvestre- y que la contaminación con CTP es mayor cuanto mayor sea el tenor graso del animal (esto se debe a que los CTP, al poseer una fuerte adhesión a las grasas (son lipofílicos como los COP), se acumulan en el tejido adiposo de los animales). Una investigación realizada en 1996, en Veracruz, México (4), evaluó los niveles de plaguicidas organoclorados en la carne y la grasa de bovinos. El resultado del estudio concluyó que se hallaron diferencias estadísticamente significativas en los niveles medios de HCB en las grasas de la cavidad abdominal, así como entre los niveles de DDT total de la grasa abdominal. Los niveles de los plaguicidas organoclorados manifestados en las muestras revelaron la existencia de una contaminación mayor a la reportada en otros países.
Otro estudio realizado en 2005 (5), investigadores mexicanos analizaron los residuos de plaguicidas organoclorados en la leche cruda y pasteurizada de la zona metropolitana de Guadalajara, en México. La investigación encontró la presencia de aldrín, dieldrín, heptacloro y endrín en cantidades suficientes como para que el estudio concluyera que la leche en esta zona estudiada constituyera un riesgo para la salud del consumidor.
Si bien existen evidencias científicas del uso de promotores del crecimiento en el ganado bovino y porcino, no es así para el caso de los pollos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los COP tienen efecto de “disrupción endocrina” que podría explicar, en parte, la acción hormonal estrógeno-símil en los animales (sustancias sintéticas que imitan la acción del estrógeno), que podría ingresar al organismo humano a través de la dieta y ejercer un efecto nocivo. En este sentido, por ejemplo, un estudio realizado en México, cerca del complejo petroquímico de Pajaritos, en Coatzacoalcos, Veracruz, encontró concentraciones de dioxinas en huevos de gallina de corral, 19 veces por encima de lo normal y 6 veces superiores a los límites que establece la Unión Europea para estos productos. La presencia de hexaclorobenceno (HCB) fue una vez y media más alta que el límite impuesto por la Unión Europea. Esa misma relación se encontró con las concentraciones de policloribifenilos (PCB). Otro estudio realizado cerca de hornos de cemento en Minas, Uruguay, encontró contaminación en huevos de gallinas con dioxinas, policloribifenilos (PCB) y hexaclorobenceno (HCB) (6).
Los COP liberados al ambiente tardan muchos años en descomponerse; mientras tanto, se precipitan desde el aire hacia el suelo, vuelven a volatilizarse, viajan grandes distancias a través del aire y los cauces de agua, y pueden acumularse en huevos, productos lácteos, carne, peces y, de este modo, siguen la cadena alimenticia hasta llegar al ser humano. Estas tres sustancias (dioxinas, policloribifenilos y hexaclorobenceno) encontrados en los estudios pueden provocar severos daños en la salud humana como cáncer, perturbaciones hormonales y afectar el desarrollo cerebral de los niños que reciben estos compuestos en su vida diaria, y aun antes de nacer (llegan a traspasar la placenta), además, la madre lo transmite a su hijo a través de la leche materna (6).
Efectos en la salud de los contaminantes tóxicos persistentes (CTP)
Carcinogénesis:
Existe gran preocupación a nivel de la salud infantil entre la vinculación con la exposición a plaguicidas y al aumento abrupto en la incidencia (nuevos casos) de cánceres como leucemia, sarcoma, linfoma y tumor cerebral, y se postula que es debido a la exposición de los padres y/o con hogares tratados con estos productos (7). Por otra arte, se cree que la exposición temprana en la vida sea la que desencadene el proceso de cancerogénesis y produzca la enfermedad en la etapa adulta. Por ejemplo, la incidencia elevada de cáncer testicular es motivo de preocupación, y la hipótesis prevalente es que se inicia en el periodo fetal, posiblemente por exposición a disruptores endocrinos, y se completa en la etapa adulta. En Suecia, un estudio de 44 madres de pacientes con cáncer testicular demostró que tenían niveles elevados de PCB, HCB, trans- y cis-nonaclordano, y otros clordanos. Se postula que la criptorquidia (descenso testicular incompleto) y el cáncer testicular se deben a niveles altos de estrógenos en el 1er trimestre del embarazo, y esta hipótesis se podría extender a los contaminantes ambientales con potencia estrogénica o anti-androgénica que tienen algunos COP (8). Con respecto al tumor de cerebro, un reciente estudio multicéntrico del IARC (International Agency for Research on Cancer) de 1.218 casos registrados en siete países (EEUU, Israel, Italia, España, Australia, Francia y Canadá), sugiere una asociación con la exposición materna a agroquímicos y otros factores presentes en zonas rurales (9).
Trastornos del desarrollo y la reproducción:
Algunos plaguicidas se vinculan a trastornos de la reproducción: aborto espontáneo, bajo peso al nacimiento, malformaciones y muerte neonatal (10). Los plaguicidas pueden afectar la reproducción humana, ya sea por toxicidad directa en los órganos reproductores o por interferencia con las funciones hormonales. Los efectos de los plaguicidas en la reproducción pueden incluir anormalidades menstruales, infertilidad masculino o femenino y perturbaciones hormonales. El desarrollo del feto es especialmente susceptible a los efectos de los plaguicidas. La toxicidad de los plaguicidas durante la gestación puede ocasionar abortos espontáneos, retrasos en el desarrollo, defectos congénitos y déficit funcionales. Estudios epidemiológicos con herbicidas como el glifosato (Roundup), han reportado tasas de fertilidad menores en los hombres expuestos comparados con hombres no expuestos, y también se ha reportado una caída entre el 50 y 80% de la fecundidad durante los periodos en que ambos integrantes de la pareja aplicaban plaguicidas (11).
Abortos espontáneos y niños nacidos muertos:
Numerosos estudios reportan abortos espontáneos y nacimientos con el producto muerto entre trabajadoras agrícolas. Debido a que las trabajadoras están expuestas a mezclas complejas de sustancias químicas, estos estudios no han podido establecer la conexión entre sustancias específicas y las tasas de abortos. Algunos estudios realizados entre esposas de trabajadores agrícolas muestran un incremento en el riesgo de abortar o de que el feto nazca muerto (11). Han sido encontrados mayores niveles de plaguicidas organoclorados en fetos abortados y en niños nacidos prematuramente que en nacidos a término (12). Además, mujeres que viven en comunidades que se abastecen con agua para beber contaminada por una variedad de herbicidas, incluidos atrazina –reportada en el estudio como de uso en el tabaco–, cyanazina y metolaclor, tienen 80% más de riesgo de sufrir retardo en el desarrollo intrauterino del feto, comparadas con otras que viven en comunidades similares abastecidas con el líquido no contaminado (13). El pentaclorofenol y el lindano han sido asociados con padres de niños que nacen bajos de peso o de talla menor al promedio (14).
Malformaciones congénitas:
Los defectos de nacimiento asociados con la exposición a plaguicidas incluyen paladar hendido, defectos en las extremidades, malformaciones cardiovasculares, espina bífida e hidrocefalia, criptorquidismo (descenso testicular incompleto) e hipospadias (malformación congénita del pene) (11). Las malformaciones congénitas se dieron en niños nacidos de padres trabajadores agrícolas, aplicadores de plaguicidas o no campesinos, pero nacidos en regiones con intensa actividad agrícola (11). Los defectos han estado asociados significativamente con el uso de 2,4-D y varios fungicidas. Los riesgos, tanto para los hijos de aplicadores de plaguicidas como para los nacidos del público en general, son mayores para los chicos concebidos en primavera, época de gran uso de plaguicidas en Minnesota (15). Comunidades en Iowa con elevados niveles del herbicida atrazina en el agua para beber registraron entre 2 y 3 veces más nacimientos con malformaciones congénitas, específicamente 3 veces más defectos cardiacos, 3 a 4 veces más defectos urogenitales y casi 7 veces más defectos de reducción de extremidades (13).
Disrupción endocrina:
Ciertos plaguicidas y COP alteran el sistema hormonal de las plagas así como el de animales, pero también pueden hacerlo en los humanos. Los disruptores endocrinos (DE) pueden ser de origen sintético (plaguicidas, contaminantes, productos industriales) o natural (hormonas, plantas. A bajas dosis pueden imitar el efecto hormonal, bloquearlo, o desencadenar una respuesta hormonal inadecuada. Dosis relativamente elevadas durante periodos críticos podrían interferir con funciones importantes del desarrollo y la reproducción, provocando esterilidad, disminución del número de espermatozoides y cáncer en órganos reproductores (16). Los COP se han vinculado a la incidencia elevada de hipospadias (malformación congénita del pene) (17). Varios plaguicidas imitan a los estrógenos (hormona femenina) en tanto que otros bloquean los andrógenos (hormona masculina) y las hormonas de la glándula tiroides (18). Fungicidas como el vinclozolin e iprodione son antiandrógenos (19). En el feto o el recién nacido, la alteración del sistema endocrino puede provocar secuelas permanentes en el desarrollo sexual mientras que, en la etapa adulta, es menos probable que esta alteración cause este efecto adverso en la salud (20).
Alteraciones del comportamiento
Se han demostrado alteraciones del desarrollo neurológico con disminución de la inteligencia y trastornos del comportamiento en animales de experimentación. Algunos compuestos organofosforados causan alteraciones neurológicas a largo plazo en trabajadores rurales que sufrieron intoxicación aguda (21).
Alteraciones inmunológicas
Se ha demostrado que algunos plaguicidas comprometen el sistema inmunológico. Si esto ocurre en la infancia, el riesgo de enfermedades infecciosas y cáncer es elevado, sobre todo en países donde el riesgo de infecciones es alto y la malnutrición es prevalente (número de casos) (1). La exposición a plaguicidas ha sido asociada con hipersensibilidad a sufrir dermatitis, asma o anafilaxis, así como inhibición de la función inmune y su consecuente susceptibilidad a patógenos infecciosos, reacciones autoinmunes y cáncer de las células inmunes. Los plaguicidas reportados como causantes de reacciones de hipersencibilidad en humanos incluyen: atrazina, paratión, diclorvos, captafol, folpet, captan, naled, maneb, zineb, ditianona y dinitroclorobenceno (22,23). Otros plaguicidas que se han asociado con síntomas de autoinmunidad en humanos son: clordano, heptacloro, pentaclorofenol y formaldehido (22).
Recomendaciones
Cualquiera podría pensar, y con suficiente razón, que frente a este panorama de descontrol en la inocuidad de los alimentos a causa de los tóxicos químicos, nada podemos hacer. Pero esto sería un error, ya que existen distintas alternativas tendentes a minimizar la exposición crónica de estas sustancias peligrosas que pueden ayudarlo a Ud. y su familia a disminuir el riesgo de sufrir graves enfermedades.
Si por alguna razón no pudiera tener acceso a ellos, ya que depende del lugar en que se encuentre viviendo; entonces puede hacer lo siguiente: 1) para las frutas y verduras, busque huerteros locales cercanos a su área que, la mayoría de ellos utiliza poco y nada de pesticidas, enriquecen la tierra con abonos orgánicos y riegan con agua de pozo o de lluvia; 2) para los cereales, granos, semillas y frutos secos, busque en las dietéticas que generalmente ofrecen productos orgánicos (también algunos supermercados tienen secciones de orgánicos); 3) para las carnes, tienen que ser animales de pastoreo (para los vacunos) y caminadores (para las aves), también, busque los huevos de campo (no los de producción industrial); 4) respecto al agua, de preferencia beba agua mineral de manantial, de lo contrario, tiene que tener un muy buen filtro en casa ya que la mayoría no filtran los insecticidas y otras sustancias tóxicas más pequeñas.
Referencias
1. (OMS4) Food safety programme. Department of Protection of the Human Environment. World health organization (WHO). Global Environment Monitoring System/Food Contamination Monitoring and Assessment Programme (GEMS/Food). Report of a Joint USFDA/WHO International Workshop on Total Diet Studies in cooperation with the Pan American Health Organization. Kansas City, Ms:WHO, july 1999.
2. Contaminantes químicos – Estudio de la dieta total de Cataluña (CQEDTC 2000-2002), 2005.
3. Schlimovich SE. Proyecto de Sensibilización y Educación sobre Factores Químicos Ambientales Determinantes de la Salud – Mapa Tóxico Químico de la Provincia de Entre Ríos. Consejo Federal de Inversiones (CFI), junio de 2010.
4. M. Real, A. Ramírez, E. Pérez y M. Noa. Residuos de plaguicidas organoclorados en leche cruda y pasteurizada de la zona metropolitana de Guadalajara, México. Rev. Salud Anim. Vol. 27 No. 1 (2005): 48-54.
5. Dioxinas, PCBs y Residuos. Preparado por el Grupo de Trabajo de la secretaría de la Red Internacional para la Eliminación de COPs (IPEN, por su sigla en inglés) REDES-AT (Uruguay), RAPAL (Uruguay) y Arnika Association (República Checa).
6. Zahm, S.H. and M.H. Ward, (1998) Pesticides and childhood cancer. Environ Health Perspect, 106 Suppl 3: 893-908.
7. Hardell L et al (2003) Increased concentrations of polychlorinated biphenyls, hexachlorobenxene and Chlordanes in mothers of men with testicular cancer. Environ Health Perspec Vol 111, number 7.
8. Efird JT et al, (2003) Farm-related exposures and childhood brain tumors in seven countries: results from the SEARCH International Brain Tumor Study; Pediatrics and Perinatal E idemiology 17(2):201-211.
9. Munger, R., et al., (19979 Intrauterine growth retardation in Iowa communities with herbicide- contaminated drinking water supplies [published erratum a ears in Environ Health Perspect 1997 Jun;105(6):570]. Environ Health Perspect, 1997. 105(3):308-14.
10. Giesy JP, Dobson S, and Solomon KR. (2000) Ecotoxicological Risk Assessment for Roundup(r) Herbicide. Reviews of Environmental Contamination and Toxicology 167: 35-120.
11. Siddiqui, M.K.J., Saxena, M.C., Mishra, U.K., Krishnamurti, C.R. and Nag, D. (1981) Long-term occupational exposure to DDT. Int. Arch. Occup. Envion. Health. 48, 301-308.
12. Ronald Munger, Peter Isacson, Song Hu, Trudy Burns, James Hanson, Charles F. Lynch, Keith Cherryholmes, Paul Van Dorpe,4 and William J. Hausler, Jr. Intrauterine Growth Retardation in Iowa Communities with Herbicide-contaminated Drinking Water Supplies. Environmental Health Perspectives Volume 105, Number 3, March 1997.
13. Wilfried Karmaus and Nicola Wolf. Reduced Birthweight and Length in the Offspring of Females Exposed to Exposed to PCDFs, PCP, and Lindane. Environmental Health Perspectives Volume 103, Number 12, December 1995.
14. Vincent F. Garry, Dina Schreinemachers, Mary E. Harkins, and Jack Griffith. Pesticide Appliers, Biocides, and Birth Defects in Rural Minnesota. Environmental Health Perspectives Volume 104, Number 4, April 1996.
15. US Environmental Protection Agency (1998), Endocrine Disruptor Screening and Testing Advisory Committee. Final Report. EPA Office of Prevention, Pesticides and Toxic Substances: Washington, DC.
16. Paulozzi LJ (1999) International trends in rates of hipospadia and chriptorchidism. Environ Health Perspect 107:297-302.
17. Sonnenschein C, Soto AM. An updated review of environmental estrogen and androgen mimics and antagonists. J Steroid Biochem Mol Biol. 1998 Apr;65(1-6):143-50.Eskenazi, B., A. Bradman, and R. Castorina (1999) Exposures of children to organophosphate pesticides and their potential adverse health effects. Environ Health Perspect, 1999. 107 Su l 3:409-19.
18. Gray, LE, J Ostby, E Monosson and WR Kelce. 1999.Environmental antiandrogens: low doses of the fungicide vinclozolin alter sexual differentiation of the male rat. Toxicology and Industrial Health 15: 48-64.
19. LeBlanc GA, McLachlan JB. Molt-independent growth inhibition of Daphnia magna by an anti-androgen. Environmental Toxicology and Chemistry 1999;18:1450?1455.
20. Rosenstock, L., et al., (19919 Chronic central nervous system effects of acute organophosphate pesticide intoxication. The Pesticide Health Effects Study Group. Lancet, 338(8761):223-7.
21. Repetto, R. and S. Baliga, (1996) Pesticides and the immune system: the public health risks. World Resources Institute: Washington, DC.
22. Baker, S.R.; Wilkinson, C.F. 1990. “The effects of pesticides on human health. Advances in modern environmental toxicology”. Volume XVIII. Princeton Scientific Publishing Co.: New Jersey, U.S.A. 438 p.
23. O’Malley M. Clinical evaluation of pesticide exposure and poisonings. Lancet 1997;349:1161-1166.
No hay comentarios:
Publicar un comentario